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Catalunya, ciertamente, puede ser «casa teva», como reza el eslogan ideado desde la Generalitat para promocionar la campaña más ambiciosa que se le recuerda, dotada con 7,5 millones de euros. Es la inversión que destina el ejecutivo de Joaquim Torra para alentar al turismo próximo, es decir, el de la propia comunidad, el estatal y el internacional, como tabla de salvación para paliar la caída de la facturación directa prevista en 15.000 millones de euros.

Si España es un país diverso que hace acopio de historia, riqueza cultural, gastronómica, natural y paisajistica, Catalunya ejemplariza ese compendio como tierra de acogida, que ofrece seguridad y ocio para la inminente temporada estival.

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Lo sabe quien ha tenido la oportunidad de visitar cualquiera de las cuatro provincias que la forman rompiendo estereotipos irreales. Por tanto, la propuesta de pasar parte de las vacaciones en esa tierra es del todo aconsejable y de las más interesantes, dadas las circunstancias, imbuidos como estamos en el propósito solidario para hacer turismo en España y contribuir a reflotar el país.

Sin embargo a uno se le antoja que la campaña no ha tenido un buen inicio si consideramos que el presidente de la Generalitat exhibió su aversión a pronunciar el nombre de España cuando ‘vendió’ Catalunya al resto del país. «Buscamos a los turistas que sepan encontrar aquí aquello que sentimos los catalanes, que es casa nostra». O sea que promociona Catalunya para el resto de los españoles, principalmente, y se refiere a ellos como «los que se pueden desplazar en pocas horas», para evitar pronunciar el gentilicio nacional.

Es el mismo que años atrás llamó les llamó bestias con forma humana, víboras o hienas, entre otras lindezas. Vamos, que no parece el personaje más adecuado para evitar que muchos le den la espalda y lo manden directamente a freír espárragos, aún a costa de perjudicar a miles y miles de catalanes que no se lo merecen.