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Bocaccio escribió en el «Decamerón» un relato en el que algunos jóvenes ricos se aislaban en un castillo en plena peste negra del siglo catorce y se abandonaban a banquetes y orgías. El hecho de huir de la ciudad y aislarse les salvaba la vida. Lo insólito para aquellos tiempos era que la pandemia se consideraba una consecuencia del pecado y que los jóvenes se salvaban precisamente dejándose llevar por los excesos y el pecado. Este tipo de orgías derivaba de las ceremonias de sacrificios a Dionisio entre los griegos, que rendían culto al dios de la fertilidad y el vino mediante la danza y el sexo. Pero el hecho de glorificar a Dios con el sexo era imposible en plena Edad Media y aun hoy en día existe una clara diferenciación entre lo sagrado y lo sexual que a lo mejor tiene su origen en la herencia religiosa del pueblo judío. En Atenas las prostitutas de lujo, llamadas hetairas eran invitadas a cenas suntuosas en las que ya se había perdido el simbolismo ritual y la mejor sociedad se dedicaba a comer, beber y disfrutar del amor carnal, con participación de los esclavos predilectos. En Roma se veneraba a Baco, el dios correspondiente a Dionisio; se organizaban bacanales, reuniones que al principio solo contaban con mujeres, aunque posteriormente los hombres entraron a formar parte de los festines, en los que el vino desinhibía la práctica del sexo. Pero no hay que ir tan lejos, en marzo de este año, en pleno confinamiento, ocho jóvenes fueron detenidos en Barcelona por participar en una orgía con drogas. Querían llevar a la práctica el chemsex que consiste en utilizar drogas para potenciar y prolongar las relaciones sexuales.

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No hay nada nuevo bajo el sol. Cuando se produjo la pandemia de coronavirus volvimos los ojos hacia la gripe de 1918; vimos fotos en las que la gente paseaba con mascarillas por la calle y nos parecieron una exageración; una imagen que ahora se ha hecho habitual. Durante los primeros tiempos de la crisis nos mirábamos a los ojos, la única parte visible de nuestros rostros, y pensábamos que estábamos rodando una película de ciencia ficción. También pensábamos que los westerns estaban manipulados, porque nos reconocíamos todos con mascarilla, contrariamente a lo que ocurre en las películas con los ladrones de bancos. Lo del sexo ni siquiera nos atrevimos a imaginarlo; estamos tan concienciados con las prohibiciones y las inhibiciones tácitas de nuestra sociedad que ni siquiera osamos mirar un buen cuadro de desnudos.