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Casi cien horas han estado dando vueltas a la sobrasada para decidir el reparto final. Ha sido un tira y afloja entre los países frugales y los del sur que al final no deja ni vencedores ni vencidos, hay sobrasada para todos. España recibirá 140.000 millones, de los que 72.700 serán en subvenciones para la reactivación económica tras la devastación de la pandemia y el resto, préstamo condicionado a reformas.

Intriga el porqué de la denominación frugales para definir a Países Bajos, Suecia, Dinamarca y Austria. Han sido los que han puesto las condiciones más duras y los medios nacionales nos han transmitido una imagen de antipatía, de los ricos no quieren solidaridad con los necesitados. Se les llama frugales porque han sido los más austeros en los últimos años, tienen un déficit estructural próximo al cero y las tasas de ahorro son positivas, mientras que España, por ejemplo, acumula una deuda que supera su propia capacidad productiva.

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Desde su punto de vista, es comprensible sus recelos a aprobar los 390.000 millones -la propuesta inicial era de 400.000- en transferencia directa. Son países contribuyentes netos a los presupuestos de la Unión Europea, parece lógico que pongan condiciones. Y desde la perspectiva española, que participa con 10.170 millones anuales a esos presupuestos -aunque recibe más de lo que aporta-, también se justifica la demanda de ayuda para recuperarnos de la crisis de la covid-19. Pero aún generamos falta de confianza.

Si finalmente han triunfado los criterios para el reparto de la sobrasada después de cuatro días de negociación a cara de perro es porque también estaba en juego la unidad de la -valga la redundancia- Unión Europea. Fugado el Reino Unido, que nunca estuvo a gusto, la falta de acuerdo habría abierto otra grieta en una estructura cada vez más esclerotizada.