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Leo que en discotecas y bares no se respetan las distancias de seguridad que se recomiendan para evitar contagios del coronavirus; consecuentemente se ordenó el cierre de algunos locales y la restricción de los horarios de otros. La palabra maldita se llama ahora «rebrote» y se refiere al hecho de que el virus no ha muerto en verano, como pensaban algunos, y la relajación puede conducir a males peores. Todo esto tiene graves consecuencias para nuestra economía, cuyo motor sigue siendo el turismo –un turismo moribundo con las cuarentenas que imponen algunos países-, de modo que la frase «habrá más pobres que muertos» vuelve a cobrar dramática actualidad. Otra frase premonitoria podría ser «ya veréis cuando llegue el otoño». El largo y cálido verano será más largo que nunca. Durante el crudo invierno podríamos volver a estar confinados. Y ahora la culpa de todo esto se la achacan a los jóvenes, que no han cometido otro pecado más que ser jóvenes y hacer lo que hacíamos nosotros cuando éramos jóvenes: vivir despreocupados del futuro. El pasado no existe -piensan ellos-, el futuro no ha llegado; vivamos el presente. En fin, nada nuevo bajo el sol, aparte del ‘nuevo’ virus y la llamada «nueva normalidad» Por cierto, se está demostrando que la nueva normalidad es totalmente normal: los jóvenes siguen siendo jóvenes y los viejos ya ni se mueren.

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En los años setenta los jóvenes ya velaban a la luna, pese a que el refrán dice que «velar a la luna y dormir al sol no hace pro ni honor». Recuerdo que por esos años salió en televisión un pastor de alta montaña cargado de hijos. El reportero le dijo: «¿Qué hacen ustedes por la noche, si no tienen televisor?». El pastor se echó a reír. Apenas tenía dientes, tenía mucha barba y como digo tenía una caterva de hijos. Incluso en nuestras pequeñas ciudades se abrieron locales nocturnos a los que uno acudía para divertirse y ver de encontrar pareja. En la pista de baile las chicas bailaban suelto, pero cuando llegaron las turistas, más emancipadas, los chicos se libraron a otra clase de baile. Se estilaba el cubalibre y el vodka con naranja y sonaba a veces una musiquilla a lo Lou Reed, «Walk on the wild side», cuya letra nadie entendía, pero que iba la mar de bien para ‘amarrar.’ «Nights in White satin» y «A whiter shade of pale» eran canciones ideales para aprender inglés bailando; lo cierto es que se aprendía mucho vocabulario. Me pregunto qué habríamos hecho si entonces alguien llega a soltar el coronavirus.