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En un sucio y húmedo callejón del Bronx neoyorquino, Jonhy Botas se retuerce, completamente magullado, sobre un charco de su propia sangre. Con los ojos hinchados, solo distingue ya las siluetas de sus dos agresores, que, de pie sobre él, le propinan las dos últimas patadas, dolorosísimas, en las costillas. Ambos se detienen: ya han dejado claro el mensaje. Jonhy pagará lo que debe y si no, tendrán que visitarle por última vez.

Jonhy tiembla de miedo cuando ve al más corpulento llevarse la mano derecha al bolsillo. Es el fin. Sobre su espalda, eleva las manos para taparse la cara en un gesto pueril e inútil, cuando distingue, a duras penas a través de los abultados párpados, cómo el matón reparte chorros de hidrogel entre sus manos y las de su compañero.

Lacónicamente le dan la espalda. Jonhy sigue sus figuras alejándose por el callejón. A punto de desparecer en la intensa luz, al fondo, observa como tiran sus guantes de látex azul a uno de los mugrientos contenedores de basura. Más hidrogel. Fin de la escena.

Marta está nerviosa. Después de tanto empeño y tanto trabajo mal pagado en anuncios y como figurante en series de tres al cuarto le ha llegado la oportunidad que esperaba en una gran producción. Se trata de un drama costumbrista coral: la historia de una familia acaudalada, propietaria de una industria tradicional que se enfrenta a los avatares de la globalización. Ella es la hija mayor del patriarca, heredera de la fortuna familiar, que se rebela ante las injusticias cometidas por su padre. Se enamora en secreto, cómo no, de un chico de baja estofa, un joven mozo de almacén. Hoy filma su primera escena del beso. Se encuentra en posición, las cámaras calentado, y sobre ella un ejército de personas preparando el set, maquillándola, midiendo la luz… pasa el tiempo a cámara lenta, y casi sin darse cuenta su compañero se coloca frente a ella. El director grita ‘acción’. Los dos se miran intensamente. Se aproximan despacio, los corazones galopando a más no poder, hasta unir en un húmedo beso ambas mascarillas. La suya es quirúrgica, la de él ffp2... «¡Corten. Es buena!». Se han separado. Marta vuelve a la realidad, embelesada. Tras el sordo roce de la tela, ella ha creído sentir fugazmente sus labios, su lengua…

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El héroe de acción se prepara para el clímax. Cortes rápidos: botas, cuchillo, cinturón, arnés, cinchas, granadas… hidrogel, guantes, mascarilla… una viandante le recrimina que lleve una con válvula. Queda chula, pero es un insolidario.

El detective apura su bourbon, mientras muestra al barman la foto de una desaparecida. La chica lleva mascarilla y el barman dice: «no la he visto nunca por aquí».

Todas estas escenas me las narraba mi amigo César mientras hablábamos de lo que podríamos llamar una nueva ficción. ¿Cómo lo resolverán los guionistas? ¿Cómo interpretarán las actrices y actores? ¿Aguantará el séptimo arte los golpes con la misma dignidad que Jonhy Botas?

La realidad siempre supera a la ficción. Imaginen una novela de un rey corrupto que se va a vivir a Costa Rica; daría para una buena peli, ¿no es cierto? Sin embargo esta vez el ‘gap’ es tan grande que la adaptación será, como mínimo, muy traumática. Y hablando de traumas, pienso, para qué tanto bótox ahora que llevamos la cara casi cubierta por completo. ¿Se viene una debacle también de la cirugía plástica? Ya saben, siempre me gusta acabar con lo importante. Mientras tanto, queridos lectores, les deseo un feliz jueves.