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A medida que ha avanzado el coronavirus han progresado también los negacionistas, esos que dicen que todo es mentira, que las víctimas fueron infectadas en años previos a través de la vacuna antigripe, que Bill Gates anda metido en el ajo y por eso lo predijo o que la vacuna -que todavía no está lista- contiene más efectos destructivos que curativos. Niegan la existencia del virus, pero como dirían los gallegos haberlo haylo.

Otra cosa es que se hayan dicho tantas mentiras, el Gobierno el primero, mientras la pandemia avanza y esa pérdida de credibilidad haya avivado las teorías conspiratorias. Fernando Simón fue aquel que dijo que el virus «no va a tener como mucho algún caso diagnosticado en España», suficiente para que cualquier gobierno serio le hubiera ascendido a un puesto en la OMS. En vez de la patada hacia adelante que suele darse a quien mete la idem, lo han mantenido al frente de «un comité de expertos» que no existe.

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«No que me hayas mentido, que ya no pueda creerte, eso me aterra», decía Friedrich Nietzsche, maestro del nihilismo en el que remotamente pareciera inspirarse el negacionismo de hoy. Médicos, hospitales y víctimas nos recuperan la credibilidad perdida y a aquellos que abonan la farsa y el montaje en torno a la pandemia habrá que cortarles el micrófono en medio de la entrevista, como ocurrió hace unos días en televisión.

Se han dicho muchas trolas y se ha montado un gran aparataje de manipulación. Que si las mascarillas no son necesarias cuando no había suficientes en el mercado y ahora son imprescindibles y te multan si no la llevas. Es un buen ejemplo. Pero si nos han engañado por una banda que no nos engañen por la contraria, algo que no es fácil discernir en una sociedad donde la información de los medios pierde y los bulos crecen en canales con apariencia de medios.