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Frente a la pésima gestión de la crisis sanitaria que ha llevado a cabo el gobierno de la nación, si nos atenemos a las cifras que nos sitúan a la cola de los países desarrollados, tanto en número de víctimas como en consecuencias económicas, Menorca puede presumir casi de todo lo contrario, al menos en lo que a la neutralización de la pandemia se refiere.

Aquí la ejecución de las medidas adoptadas desde las instituciones estatal, balear e insular han dado un resultado óptimo, como demuestra la relación de contagios. Así fue en el momento de mayor efervescencia del virus y lo está siendo de nuevo en el tratamiento de los rebrotes cuando amenazaron con extenderse peligrosamente en este territorio.

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Apenas un centenar de casos activos, la mayoría leves o asintomáticos, frente a 4 únicos ingresos en el Hospital, ofrecen una perspectiva actual loable de la administración de la crisis que se ha hecho en la Isla, y del comportamiento de la ciudadanía. Incluso es lógico preguntarse si las cifras no hubieran sido aún mejores de haberse atendido las peticiones de pruebas PCR a los visitantes, como reclamaban la patronal hotelera o la presidenta del Consell. En todo caso, la baja incidencia de la pandemia no ha permitido a la Isla escapar de las consecuencias negativas de la temporada estival, arrastrada por los números de Mallorca o de España en general. Una pena que el acierto en la gestión de la crisis sanitaria no haya sido el mismo en la económica.

Pasado el tiempo, aquel ya lejano primer toc de fabiol de Sant Joan, en Ciutadella, que dio la vuelta al mundo como ejemplo nocivo de lo que no debe hacerse ha tenido un efecto aleccionador en la concienciación ciudadana en el resto de municipios donde no se han reproducido situaciones similares, más allá de algunos desmanes difíciles de controlar de jóvenes y adolescentes.

Sentido común y medidas preventivas han creado una burbuja positiva en Menorca, por el momento, de la que todos podemos estar orgullosos.