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Tan perniciosa resulta la situación a pesar de que las cifras conceden a Menorca una aseada tasa de contagios de la pandemia en relación al resto del Archipiélago, que hasta el responsable del Ib-Salut en Menorca, Romà Julià, propone que nos convirtamos en ‘policías de salud’. No se trata de denunciar a los temerarios ante las fuerzas del orden, sino de atrevernos a reprender a quienes transmiten su propio peligro a los demás por no utilizar la mascarilla, obviar la distancia social o componer un grupo numeroso de personas en un mismo lugar y al mismo tiempo.

La sugerencia del gerente de Salud, que suena francamente mal, obedece al desmadre ocurrido en el levante insular recientemente cuando un par de reuniones de varios núcleos familiares y sociales han saboteado el inmaculado registro de la covid-19 en la Isla, en comparación con las otras o con la mayoría de ciudades del país. Esos arriesgados encuentros han duplicado la cifra de infectados en apenas cuatro días lo que no hace sino denunciar la fragilidad a la que estamos expuestos en cuanto relajamos el comportamiento social. De ahí a reprender al prójimo ya es otra historia aunque algunos merecerían algo más que un reproche.

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Menorca ha sido un exponente, un ejemplo del acierto en la gestión de la pandemia tanto en los peores momentos del estado de alarma cuando se contaban a miles los fallecidos a diario en España, como cuando llegaron los rebrotes, aunque ese plausible control no se rentabilizara.

Ante el invierno que se aproxima y la iniciativa del Govern de ofertar bonos de descuento muy sugerentes al turismo interinsular, esta Isla debería resultar la más visitada, y por tanto la más beneficiada, sin que tengamos que ejercer como policías sanitarios.