TW

El poder se consigue en unas elecciones y cualquier chiquilicuatre más votado lo tiene y después dispone además de la coacción (leyes, fuerzas de seguridad) para mantenerlo. La autoridad moral es el respeto ganado con la capacidad y el ejemplo demostrados, es la credibilidad que se impone por sí misma. Cuando se juntan ambas circunstancias tenemos un buen gobernante, pero es muy difícil encontrar ejemplos así tanto en la política doméstica como en la internacional. Y no estaba pensando en Trump o en el coreano.

El presidente del Gobierno, el mismo que hace cuatro meses salía triunfante para decir que hemos doblado la curva de la pandemia y que hace política a golpe de eslogan, regresó el otro día a su habitual monserga dominical para alertarnos de que vienen semanas muy duras y ese mismo domingo declaró el estado de alarma. Esta vez, en versión suave de toque de queda a la hora de dormir y a largo plazo, medio año, para no tener que acudir cada quince días a pedir prórroga al Congreso donde en una ocasión tuvo que pactar hasta con Bildu para seguir adelante con el confinamiento.

Noticias relacionadas

Su trayectoria de promesas en un sentido y acciones en el contrario o el plagio en su tesis doctoral le han arruinado la autoridad moral que hubiera podido tener un día. Hoy es un poderoso artificial, vacío de credibilidad. Esta es difícil de ganar, pero se puede perder en un trago, que se lo pregunten a Francina Armengol. Posiblemente, nadie le reproche que salga de copas, pero sí que lo haga incumpliendo normas horarias impuestas por ella misma al resto de la población de las Islas sobre las que ya gobernaba con cierta autoridad moral, a pesar de arrastrar la compañía de Podemos.

Los electores suelen olvidar pronto estos patinazos, pero con frecuencia son detalles nimios que deciden a la hora de la verdad. Si ellos no lo olvidan, ella tampoco lo olvidará nunca.