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Aznar ganó las elecciones de 2000 y nombró a Jaume Matas ministro de Medio Ambiente, que en aquellos tiempos equivalía al Ministerio de Igualdad de hoy, resuelven pocas cosas pero dan mucho que hablar.

Lo importante era utilizar la plataforma de Madrid para recuperar el poder en Balears, perdido un año antes a manos de la izquierda por primera vez. Todo el mundo lo sabía y los periodistas lo decíamos al ver por aquí al ministro ejerciendo de candidato cada fin de semana en actividades sin otro mensaje que el de recordar que volvería a ser presidente balear. Y lo fue.

Sánchez repite la jugada con Salvador Illa, quien sin embargo no ha dejado el cargo en cuanto se da a conocer su candidatura, que habría sido lo éticamente correcto para que no le acusen de estar a media jornada en el Gobierno. Tal vez es que el propio ministro de Sanidad teme que la pandemia, revitalizada tras las navidades, impida celebrar las elecciones catalanas de febrero y, si dimite como hubiera sido lo correcto, se quedaría compuesto y sin novia.

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A nadie ha sorprendido la designación, que, por cierto, se ha saltado el baño democrático de las primarias. La pandemia no sirve de excusa esta vez por cuanto puede utilizarse la alternativa del voto en línea de los afiliados. Pero nadie discute ya al señor del Falcon ni el fondo ni las formas.

Illa ha tenido menos preparación que Matas en su día, aunque bien es cierto que lleva toda su vida en cargo público. Si se trataba de elegir entre el ministro que más sale por la tele y Miquel Iceta, personaje con pinta de haragán del que no se conoce otra actividad que la de vivir de la política, Illa es mejor candidato, el salvador del voto socialista del cinturón rojo de Barcelona.

Otra cosa es frenar el avance del nacionalismo, que se forjó en tiempos de Pujol pero se disparó realmente con Maragall y su famoso estatut. Cuando pudo, hizo lo contrario, maridar con el independentismo.