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El sonoro patinazo del Ayuntamiento de Maó a propósito del manido almanaque intercultural ha derivado en una nueva controversia plasmada en numerosos comentarios de calle y redes sociales que, como mal menor, han permitido desviar por momentos la atención cansina que concentra el coronavirus, su estado y consecuencias.

Con la sensibilidad que corre en los últimos tiempos por el territorio nacional cada vez más dividido en las dos posiciones tradicionales opuestas, lo que podía interpretarse como una iniciativa curiosa, que indiscutiblemente proporciona información a todos los residentes de la ciudad sea cual sea su origen, se ha convertido en un foco de discusión que corrompe su propósito.

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Las omisiones aparentemente incomprensibles de los responsables del calendario en fechas relevantes del catolicismo o de la historia de España lo son tanto como las justificaciones ofrecidas por el equipo de gobierno para tratar de dar un explicación válida a la ciudadanía. Si no se trató de un olvido involuntario y fue una supresión consciente porque consideraban, por ejemplo, que no era necesario incluirlas, que digan los motivos. Quizás hasta haya alguien que los entienda. Pero aludir a la premura de tiempo para presentar el almanaque antes de final de año parece una excusa infantil de un alumno poco aplicado en cualquier curso de educación primaria. Resulta, en cualquier caso, poco o nada creíble.

Que conozcamos cuál es el día del maestro boliviano o del alfabeto eslavo amplía los conocimientos de quienes no somos originarios de esos países, aunque su trascendencia sea más bien escasa, incluso la explicación del día que nació Mahoma o del tiempo de ayuno de los musulmanes. Pero si se trata de interrelacionar culturas, no se pueden omitir fechas esenciales de esta nación o un mayor detalle de sus celebraciones porque es a los residentes de otros orígenes a quienes más interesa conocerlas precisamente por eso, porque residen en España.