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Frente a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York se han instalado 168 pupitres vacíos, con sus mochilas colgadas de los asientos de las sillas donde deberían sentarse los alumnos. Unicef ha querido representar así a los 168 millones de niños en todo el mundo que por culpa de la pandemia han visto cómo sus escuelas echaban el cierre, y alertar del «profundo impacto» que esto tendrá en sus vidas. Obviamente la emergencia es mayor y dramática en países donde la escuela cerrada significa no solo añorar libros y compañeros, sino también dejar de comer bien o verse abocado al trabajo infantil.

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Los más afortunados han podido seguir las clases de manera virtual, pero no es así para todos, las desigualdades en el acceso a las herramientas informáticas se han notado más que nunca, los rezagados y los que se quedan en la cuneta por culpa de la falta de medios han aumentado en este primer curso de la covid-19. Tampoco es lo mismo estudiar solo frente al ordenador que asistir de manera presencial a las explicaciones de un profesor e interactuar con otros alumnos.

Ahora mismo las consecuencias de la crisis también se dejan sentir en una primera fase de la educación, la de 0 a 3 años, perfectamente consolidada en Menorca, pero que tiene sillas y perchas vacías, con un curso 2021-2022 que se prevé complicado por el descenso de matrícula. El cóctel de temor al contagio primero, pérdida de empleo después, y el desplome de natalidad que se predice tras la utópica luna de miel del estado de alarma, perjudica las cifras de escolarizados en esta temprana edad. Los profesionales no obstante advierten que hoy día a los 2 años, cuando se vive la transición para entrar en ‘la escuela de mayores’, es fundamental que los pequeños socialicen y se preparen. Para que ninguno deje de hacerlo por dinero las bonificaciones y sus baremos deben adaptarse a las circunstancias extraordinarias y de dificultad abrupta que ha ocasionado la crisis sanitaria en muchas familias.