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Aguas de Menorca están siendo utilizadas como zona de fondeo por buques de transporte de ganado, carne viva que padece desde el momento en que es cargada como mercancía y a la que le espera un destino peor. No solo es el sacrificio, sino la muerte en condiciones crueles como han denunciado organizaciones europeas que luchan por el bienestar animal en varios documentales. Es imposible seguir la pista a las reses que zarpan de puertos como Tarragona y Cartagena durante sus travesías hacia los mercados de Oriente Medio y mucho menos hacer cumplir a sus matarifes las normativas europeas. Por ello lo que se pide es que la Unión Europea y los estados miembros prohiban el transporte durante largas distancias del ganado vivo y la exportación a dichos mercados.

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Al maltrato se une el riesgo que supone la navegación por nuestras aguas de buques viejos y deficientes, que lanzan reses muertas y residuos al mar, sin que exista al parecer la posibilidad de controlarles, hasta que un día sucede la desgracia, el naufragio, el embarrancamiento, el vertido. «¿Qué hace un barco con 1.700 terneros y vacas a bordo dando vueltas, dos días seguidos, frente a una de las playas más bonitas de Menorca?», se preguntaba el periodista en su artículo de La Vanguardia sobre este asunto, y él mismo da la respuesta: «Esperar un trágico e inútil final para los animales». Yo añadiría que al mismo tiempo se nos proporciona una promoción negativa en el peor momento. Y preguntaría también por qué a nadie le importa. Tener un bistec en el plato no está reñido con la compasión y el hacer cumplir las leyes.

El Gobierno estrenó una Dirección General de Bienestar Animal que mira para otro lado, es del mismo color político que la conselleria balear de Agricultura, pero nadie alza la voz ante esta situación. Parece que el ‘Elbeik’ o el ‘Karim Allah’ o tantos otros buques navegan por el mar de la indiferencia. La falta de competencias es el socorrido ‘yo me lavo las manos’ de siempre.