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Pues nada, ya tenemos encima otra Semana Santa donde la procesión va por dentro. El otro día dando un paseo por Maó vi un cartel en un tienda que rezaba: «oferta en maletas de viaje», y pensé que más que ponerlas en oferta las podían vender como maletas para que los menorquines vayamos a la playa, o a recorrer tramos del Camí de Cavalls, porque comprarte una maleta de viaje en este contexto es tan inútil como comprarte unos esquís para ir a Monte Toro. De hecho he visto gente en la playa estos días tumbado en la arena con un cojín cervical de esos que vende para que no se te parta el cuello en lo aviones, si eso no es reciclaje en estado puro, yo ya no sé. Incluso me han contado que algunas personas han decorado las paredes de sus casas con tarjetas de embarque enmarcadas para recordar los tiempos en que los isleño podíamos ir a la península a ver un río, un museo, o a un amigo. Cada cual combate su nostalgia como buenamente puede.

Creo, queridos lectores, que ya se habrán dado cuenta, por el párrafo anterior, que llevo más de un año sin abandonar ni un solo minuto nuestra bella roca. Menos mal que sigo enamorado hasta las trancas de esta Menorca que me acogió con una fuerte Tramontana de febrero para decirme que si aguantaba aquellos días grises y tristones no me desengancharía de ella nunca más. Lo que sí abandoné hace poco fue mi Sant Lluís del alma para ir a Ciutadella, y le pedí a mi compañera que paráramos en Es Mercadal a tomar un cafetito porque me estaba entrando sueño con tanta carretera, hasta ese punto llega ya mí falta de costumbre al volante.

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Durante los momentos de bajón he barajado varias opciones, una ha sido imitar el acento francés para poder ir a Madrid a ver museos, pero me cuentan que están muy llenos de culturetas que viajan desde París porque el Louvre se les queda pequeño. Otra ha sido imitar el acento inglés para darme un vueltecita sin mascarilla por el peñón de Gibraltar, allí parece que ya están todos vacunados y se puede ir de tiendas por su Mean Street con la boca abierta, pero me paró el puñetero brexit. Otra idea que me dio vueltas por la cabeza era la de autoproclamarme hijo bastardo de algún rey campechano y así volar a desiertos exóticos donde aprender el noble arte de vivir sin pegar un palo al agua, pero me dijeron que muchos han tenido la misma idea y salen hijos de reyes por todos los rincones. Así que aquí sigo, esperando que algún amigo que tenga balcón en su casa me deje salir a aplaudir, cada día a las ocho, a los turistas internacionales que pasean por la calle. Vale, de acuerdo, dejemos de quejarnos, si hasta el propio Jesús tendría que hacer hoy su última cena en tres mesas de cuatro y mandar a Judas a la barra para cumplir las prohibiciones, no vamos a estar nosotros ahora protestando por un quíteme usted unas restricciones.

No sé cuantos agorafóbicos creará eta situación, ni si los árbitros de fútbol se acostumbrarán de nuevo a pitar con público, ni cuantos franceses seguirán comprando propiedades en nuestra isla para montar el enésimo hotel rural con encanto, ni si cuando regrese la «nueva normalidad» será ya más vieja que otra cosa, ni tan siquiera si el hombre que dio positivo en todas las drogas, en un control que le hicieron en Palma, entrará en el libro Guinnes de los records, así que ante tanta ignorancia manifiesta, me voy a preparar el coche con tiempo para mi próximo viaje exótico a Cala Na Macaret, le diré a Google Maps que me lleve por Alaior para tomarme un café. Feliz jueves.