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A lo mejor no se van de rositas los que abusaron de posición, influencia, amistad o, directamente, de morro para vacunarse en las primeras semanas. Recordaremos que el circo político montó una oficina anticorrupción más como coartada de pureza que como órgano fiscalizador de la acción de gobierno.

Ocurre después que el señor al que pone al frente con uno de los mejores sueldos públicos que se pagan en esta comunidad autónoma ha de justificar los 90.000 euros brutos que percibe al año. Y si persigue la corrupción, que generalmente es implícita al poder, ha de buscar los indicios en el gobierno.

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Ya tocó las narices, vale la pena recordarlo, a las personas que los consellers de Podemos se trajeron de lugares donde perdieron el poder para cobrar como directores generales más que los altos cargos de casa. No es que fueran mejores, sino que como su residencia habitual era otra comunidad pues cobraban lo que aquí se reglamentó un día para los altos cargos de las islas menores con el fin de que estuvieran en igualdad de condiciones que los residentes en Mallorca.

En otros lugares, donde no hay oficina anticorrupción, algunos cargos públicos reconocieron la trampa de la vacuna y dimitieron ejemplarmente. Aquí no, se ha optado por la excusa porque son buena gente, nos dijeron. El asunto ha desaparecido ya de los focos de la actualidad y la vacunación tiende a alcanzar velocidad de crucero. Le va a costar a Jaume Far llegar a alguna conclusión porque quienes conocen las listas de vacunación las han guardado bajo siete llaves y si la alcanza no podrá echar mano de la ley y determinará que es corrupción menor, la que se paga sacando los colores al tramposo. La transparencia exige que se conozca a los corruptos de la aguja, no van a dimitir pero el personal podrá señalarlos por falta de ética.