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Me lo dijo un viejo centenario: «A mis años llegarás, o te costará la vida». Tenía razón, como también la tenía el que dijo que nunca seremos tan jóvenes como somos ahora mismo. Y es que sobre esto de la vida hay muchas teorías. Una de ellas afirma que cuando nacemos ya sabemos, de modo inconsciente, cuánto vamos a vivir. No se apuren, sólo es una teoría. Después está lo de leer la mano. Hay entre las líneas de la palma de la mano una que llaman «la línea de la vida». Cuanto más larga, más vida. Aunque esto también es muy incierto. Estoy seguro de que habrá hombres y mujeres con una línea de la vida corta que han vivido cien años. También hay que tener en cuenta la credulidad de cada individuo. Dejarse influir por estas cosas puede llegar a ser negativo. Conozco el caso de una mujer a quien, de muy joven, un vecino aficionado al ocultismo le leyó la palma de la mano. Le dijo que moriría joven, lo cual no creo que sean cosas de decir. Se quedó con ese pensamiento para toda la vida y murió antes de los cincuenta. También conozco el caso de uno que tenía poco más de cincuenta y temía morirse joven, a lo que un amigo le dijo: «No, no te hagas ilusiones: tú ya no eres joven». Todo es según el color del cristal con que se mira, lo dice un poema de Ramón de Campoamor: «Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira». Es decir, que ningún valor, ningún juicio es inmutable.

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Los científicos de la universidad de Edimburgo encontraron un «reloj biológico» que se relaciona con las muertes prematuras. Según ellos, con un análisis de ADN es posible predecir cuánto va a vivir una persona. Las personas cuya edad según su reloj biológico es mayor que su edad verdadera, son más propensas a morir. Hay cierta relación entre un reloj biológico que funciona más rápido de lo normal y la muerte prematura. Lo que yo no sé es si habrá relojeros para esos relojes llamados biológicos. Si los hubiera, tal vez podrían arreglar un reloj biológico que «adelanta». Lo que sí sé es que hoy en día todo el mundo quiere ser joven, ya no priman los valores de la experiencia y la acumulación de conocimientos. Prima la tersura de la piel. En los currículums para encontrar trabajo suelen pedir la edad, y los que tienen más de cincuenta años difícilmente son escogidos antes que los imberbes, de modo que en los cuestionarios deberían incluir una casilla que dijera, «estado de piel», o bien «reloj biológico».