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«Menorca está llena de gente, mucha de ella sin mascarilla, y la planta del hospital nunca había estado tan llena». Es el lamento de la representante del sindicato de enfermería Satse en Menorca, Made Camps, en cuya opinión la balanza, a estas alturas de la pandemia y después de muchísimos esfuerzos que ahora nos parecen vanos, se ha inclinado claramente por la economía.

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No hay término medio, un día nos despiertan encerrados y al siguiente, fans de Boris Johnson y su Freedom Day; ayer se abrió la barra libre para los británicos dejando todo a la responsabilidad individual. Y la responsabilidad flaquea mucho en verano, y más cuando se vive en un territorio como este, que se convierte en una amalgama de gentes, procedentes de distintos territorios nacionales e internacionales, cada uno con sus normas, así que ante la duda ‘se lo quitan todo’, el virus campa a sus anchas y la gente, alegre, se agolpa delante de la carretilla de coco y sandía en la playa, sin mascarilla, apretaditos, aunque en el súper se pongan los guantes a regañadientes. O se sientan en una terraza casi espalda con espalda, ya nadie vigila, y el que lo hace, tiene el linchamiento social asegurado.

Y si no que se lo digan a las sanitarias asturianas que se quejaron por la masificación de una excursión en barco en Ciutadella. Su noticia en las redes fue de las más comentadas, incluso Consumo tomó nota de su queja, pero en lugar de generar una corriente de simpatía y comprensión fue todo lo contrario: amargadas fue lo mínimo que les llamaron, y las mandaron a su casita por venir a la isla y contar lo que vieron, gente sin guardar las distancias y sin mascarilla, algo prohibido aunque se esté al aire libre. Me pregunto cuántos de los que las criticaban salían a aplaudir a las 8 en los balcones en el súmmum de la hipocresía. Y ahora el IB-Salut pide amablemente a los sanitarios que renuncien a sus vacaciones para cuidarnos, y se extrañará de que nadie dé un paso adelante.