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Somos libres, sí, y tenemos derechos, también. En todas las cosas, más de las que imaginas, podemos apelar al mayor privilegio que tenemos como individuos que es nuestra libertad y el derecho de ser libres. Este arranque populista suena fantástico y más cuando sé que no me falta razón porque ya se ha encargado el altavoz de turno de recordártelo y recordárnoslo a diestro y siniestro hasta el punto de que llegamos a apelar a esta libertad cuando nos topamos con algo que más que coartarla lo que hace es poner freno a un exceso de ímpetu.

Uno de los problemas es que nos han empachado de libertades y derechos y han dejado en un triste tercer plano o, directamente han ninguneado, aquello de las obligaciones como ciudadano. Eres libre de festejar una comida copiosa y deliciosa con un sonoro eructo en el restaurante, pero puede que esa libertad coaccione el derecho del comensal de al lado de disfrutar tranquila y silenciosamente del mismo manjar, además de vulnerar la obligación del circunstancial barítono de comportarse como un ser civilizado.

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Somos libres de disfrutar de nuestra libertad mientras esta no vulnere la libertad del prójimo dentro del estado del bienestar, y siempre que también vaya acompañada de las correspondientes obligaciones. El problema es que vende mucho más recordarte que eres libre y que debes luchar por esa libertad que recordarte que eres responsable de tus actos y tienes unas obligaciones por el bien común. Los hay que prefieren patear una basura que recordarle al que la patea que no puede hacerlo.

Otro ejemplo. En el País Vasco se quería celebrar con total impunidad y complicidad por parte del Gobierno y de las autoridades que lo permiten un homenaje al etarra Henri Parot amparándose en la libertad para hacerlo y obviando los 39 asesinatos en los que ha participado, además de todos los efectos en heridos y víctimas colaterales. ¿Tienen derecho? Pues imagino que si cada uno de los organizadores y de aquellos que lo consienten son capaces de ignorar la repugnante y humillante sensación que les debería invadir, adelante, la justicia ya se sabe que muchas veces no nos parece justa.

Parot está condenado a unos 4.900 años de prisión. Lleva una treintena a la sombra, y ojalá cumpla cada uno de los segundos que forman cada minuto de cada hora de cada día de cada semana de cada mes de cada año de cada lustro de cada década de cada siglo y de cada milenio que le ha caído. Él, sus defensores y todo aquel que piense que cualquier solución a un conflicto como el vasco pasa por sembrar el terror. Por la libertad, por derecho y por obligación. Y por decencia y humanidad, claro.