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Hay que empezar directos y contundentes, debemos quitarnos presión de encima pero ya. No podemos hacer felices a todo el mundo, queridos lectores, porque no somos una cerveza, así que partiendo de esta verdad tautológica y por lo tanto irrefutable debemos rebajar nuestros niveles de autoexigencia. Habrá personas a las que les molemos un montón, y otras a las que le caigamos peor que a un rey madrugar para ir a currar.

Y al igual que no podemos ser queridos por todos, debemos admitir de una vez por todas que no tenemos una opinión formado sobre muchísimos temas. Hasta hace apenas unos días no tenía ni idea de lo que era una erupción estromboliana, por lo tanto mi opinión sobre el comportamiento de un volcán es tan inútil como preguntarle a la presidenta de la Comunidad de Madrid por la empatía, o pedirle a un magnate del petróleo que nos de ideas para combatir el cambio climático.

Así que cuando nos bombardean con noticias apocalípticas de grandes apagones, colapsos de suministro, pandemias que no cesan y cataclismos varios, lo único que puedo aportar son mis conocimientos de supervivencia sacados de fuentes tan fiables y científicas como la serie «Walking Dead», para millenials, o los consejos del manual de los jóvenes castores que protagonizaban los sobrinos patos del tío Gilito, para boomers, es decir, mi aportación es nula.

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Por eso flipo con la facilidad con la que algunas personas se lanzan a opinar de todo y de todos sin el más mínimo atisbo de duda, sin necesidad de contrastar una mierda, y con la arrogancia y la prepotencia propias del que va sobrado por la vida y tiene una solución para cada problema. Porque que esto lo hagas tomando una cerveza con los amigos es divertido, pero que lo hagas a través de los medio para iluminarnos a los demás sobre lo que tenemos o no tenemos que hacer, me hastía.

Son poquitas las cosas que sé, muy poquitas y el eje central de mi preocupación, la raíz donde veo que se sustentan muchos de los problemas, el origen de la mayoría de males, lo veo en la desigualdad. Esa desigualdad creciente y lacerante que provoca hambruna, pobreza, muertes, guerras, explotación, injusticia, y sobre todo mucho sufrimiento a millones de personas. Así que cuando se habla sobre muchos temas de los que tengo muy poca información contrastada, miro a la base de las cosas y una y otra vez aparece ante mí la desigualdad, la desigualdad en las oportunidades, la desigualdad en los derechos y deberes, la gigantesca desigualdad entre los poderosos y los «invisibles». Vale, soy más que cansino, pero es obvio que las cartas están repartidas de pena.

Y esa desigualdad que existe desde la época de los faraones, ha ido limándose ligeramente en algunas etapas de la Historia y acrecentándose aún más en otras. No es verdad que nada se haya movido, sería injusto afirmar que en nada hemos avanzado, pero lo jodido es que en los últimos años los pasos hacia atrás se están dando demasiado rápido y con mucha contundencia.

Y frente a esto, ¿qué podemos hacer?, pues ni pajolera idea, supongo que cada uno intentar ser lo mejor persona posible para no estar fastidiándole la vida a los demás, e intentar juntarnos, dentro de lo posible, para combatir a los malos malotes que generan y se regodean en la desigualdad como cerdos en una charca. Pero solo lo supongo porque como he dicho no soy una cerveza, por lo tanto carezco del lúpulo necesario que nos ayude a ser más felices. Feliz jueves.