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Corre por ahí una noticia curiosa. El 19 de noviembre pasado, en la autopista interestatal 5 de California, se produjo una lluvia de dinero a las 9 de la mañana. No está mal. Moisés y los suyos en la Biblia veían cómo el Señor les mandaba maná en el desierto, pero nunca dinero. Lo que pasó en California fue que un furgón blindado perdió la carga, y los conductores que le seguían se detuvieron a recoger dinero a paletadas, provocando un atasco. Lo malo es que hubo quien grabó videos y la policía dijo que devolvieran el dinero, que les tenían fichados. No sé cómo acabó la cosa, a lo mejor hubo quien recogió suficiente pasta como para hacerse la cirugía estética y cambiar de cara. Lo que sí sé es que el dinero es tan tentador que, según el refranero, al perro que tiene dinero le dicen «señor perro». Ya a mediados del siglo XVI Baba Aruj, el segundo de los hermanos Barbarroja, el que se había cortado el talón para liberarse del grillete de hierro que le mantenía preso en galeras, el que tenía un brazo de plata para sustituir el que había perdido en el asalto de Bugía, mandó lanzar por el camino el oro, la plata y las monedas que llevaba en su huida desesperada hacia Argel. Pero no le sirvió de mucho, porque García de Tineo acabó cortándole la cabeza y exhibiéndola triunfalmente, con las barbas más rojas que nunca a causa de la sangre.

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Seguramente muchos no habríamos usado paraguas ante una lluvia de dinero como esta. Y sin embargo yo le he dado a mi perro 20 euros para que fuera a comprar el pienso que más le gustara y me los ha devuelto. No debe de querer ser el señor perro, seguramente porque en realidad es una perra y «señora perra» no queda tan fino como «señor perro». «Señor perro» nos lleva a pensar en un milord entre los perros y en cambio «señora perra» nos retrotrae al oficio más viejo del mundo. Pero Emiliano Zapata, el campesino metido a comandante del Ejército Liberador del Sur, el que dijo más vale morir de pie que vivir toda una vida arrodillado, aseguraba que por un puñado de monedas los mejicanos estaban derramando la sangre de sus hermanos. Sangre y dinero. No sé si son como agua y aceite; no he derramado nunca tanta sangre. Esto suele decirse de los amigos: «dinero y amigos, agua y aceite». Por un puñado de monedas traicionó Judas a Jesucristo. Lo malo es que hoy en día no hace falta frecuentar las bibliotecas para convertirse en sabio, sino las administraciones de lotería, porque: «haz rico a un asno y pasará por sabio».