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No estoy dispuesto a que la persistencia pandémica me arruine la entrada de año. Ni siquiera el estupor que produce la sensación casi física de aceleración de la flecha del tiempo cuando te adentras en la setentena, ni la certeza de esos dos años dilapidados cuando ya no te quedan tantos, tiempo de proyectos congelados y viajes suspendidos que difícilmente se recuperarán. Pero no, nada de desánimos, la vida sigue,    el crujir de dientes lo dejamos para el relato bíblico y nos dedicamos a la más estimulante labor de buscar brotes o brotecillos verdes que nos devuelvan el mínimo optimismo necesario para tirar adelante en este valle de virus mutantes. Tempus fugit, evidentemente, pero tratemos de agarrarlo por las orejas.

Y hablando de estos virus saltarines, no me hagan mucho caso, aunque sea médico, porque hace ya cincuenta años que estudié algo de epidemiología y la de entonces tiene poco que ver con la que vamos redescubriendo día tras día. No sé más que lo que leo en la prensa solvente firmado por científicos o periodistas especializados, tras huir de los pontificadores de guardia permanente, convencidos ellos de que las vacunas, mascarillas y restricciones varias no solo no sirven para nada, sino que forman parte de un plan diabólico de las élites (?) para tenernos controlados y sojuzgados. Y sin más preámbulos, paso a    mi aventurada intuición, mi primer brotecillo verde al respecto: me da la impresión de que la pandemia irá significativamente a menos en el año    recién estrenado, aunque eso sí, a vacunazo limpio en todo el orbe, con distancia social y mascarillas como atrezzo a más largo plazo.

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Y prosigamos la búsqueda de brotecillos verdes o para aliviar la epidemia de desazón que se detecta sin necesidad de test de antígenos. Si nos fijamos en la situación internacional, es cierto que Ucrania puede convertirse en zona crítica (también Irán y Taiwan) que desestabilice el frágil equilibrio entre rusos, chinos y norteamericanos, pero seamos positivos: El orate anaranjado ya no está (aunque podría volver, vade retro ), y por tanto decrece exponencialmente la posibilidad de que un día se despierte ansioso y le dé al botón nuclear. Lo urgente es juzgar sin más dilaciones a los asaltantes al Congreso norteamericano y a su líder intelectual (?) , y que el mundo pueda pasar página de la pesadilla trumpista. Sería un brote verde esmeralda, pero no me fío demasiado de los jueces norteamericanos, muy escorados, como aquí, hacia el lado conservador.

En el ámbito nacional, parece buena cosa la estabilidad, o sea, que las legislaturas se agoten salvo cataclismo, que no es el caso pese al griterío de la oposición. También es crucial que la política económica y su principal ministra, cuenten con el aval de las autoridades europeas, que el Parlamento legisle, que el paro baje y que los presupuestos se aprueben todos los años como viene sucediendo. Pero nada como el auténtico bosque verde que es esta Reforma Laboral, consensuada, ¡albricias!, entre sindicatos y patronal, aunque pendiente de una aprobación parlamentaria que no va a ser fácil. Pero el solo hecho de haber sido capaces de llegar a un gran acuerdo cediendo todos en parte es una gran noticia en un país poco proclive al diálogo civilizado.

Por último, pero no menos importante, está el asunto psicológico. Todos estamos cansados y hastiados no solo de pandemia sino del bombardeo mediático de cifras y más cifras. Dado que tarde o temprano nos vamos a contagiar casi todos, no sería mala idea sacar los datos de portadas y cabeceras televisivas y normalizar un tanto la situación. Tampoco lo sería iniciar una campaña pedagógica sobre dos tótems de la moderna sociedad, el de la quimera de la seguridad y el del pretendido derecho al disfrute perpetuo: siempre estamos y estaremos al albur de catástrofes diversas, la climática y la sanitaria en lugar preferente,    y en cuanto a la búsqueda de la felicidad, mejor conformarse con atesorar el mayor número de momentos alegres, la xalada perpetua es otra quimera, y mucho menos un derecho. O sea, viajes, tapas y cañas, los justos hasta que escampe la borrasca.