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«Ayudan tanto que ni te lo puedes creer, parecía que trabajaban como un taxi, te ven con maletas y te abren las puertas de los coches, te dicen que entres y te llevan donde tú les pides. Te rompe el corazón, te dan comida caliente, llegas y te acogen, ofrecen su casa. Porque muchos refugiados no saben a dónde ir…»

Las declaraciones a «Es Diari» de Iryna Shostak, ucraniana residente en Mahón, me han conmovido por su inmenso valor humano, testimonio viviente de los más bellos sentimientos solidarios, contraste abrupto con las aterradoras muestras de brutalidad de la guerra propiciada por los delirios de grandeza del nacionalismo más agresivo. Y es que el ser humano nunca nos dejará de sorprender en maldades, pero también en lo bueno, y resulta estimulante en un marco tan depresivo como el que estamos viviendo. La actitud del pueblo polaco  en la actual crisis humanitaria es como un destello de luz en las tinieblas.

También sorprende en lo bueno  la actitud unitaria y solidaria, ¡por fin! de la Unión Europea, esa autoridad clara que Henry Kissinger reclamaba («¿Europa?, ¿cuál es su número de teléfono?») y no encontraba, cada país tiraba por su lado. La pena es, como afirmaba el general Luis Alejandre en estas páginas, que ya no esté la señora Merkel a la escucha, con mucha más cintura política que los líderes actuales y, yendo más atrás, al caer el muro de Berlín, también fue un error que Europa no intentara atraer a Rusia hacia su órbita y no atendiera sus quejas sobre la excesiva cercanía de la OTAN. Putin es un psicópata cruel, cada vez es más evidente, pero eso no lo explica todo, como le escribía a mi nieta la semana pasada desde mi sillón de lectura.

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Y dejando aparcado el ardor guerrero de don Vladimir, dos ministras de Podemos hablan de «partidos de guerra» refiriéndose a los que piensan que hay que ayudar a los ucranianos no solo con buenas palabras sino con armas, poniendo en un brete al gobierno de coalición que se las ve y desea para mantener una mínima cohesión gubernamental. El pacifista «No a la guerra» tenía toda su lógica ante un conflicto armado como el de Iraq, basado en mentiras masivas, pero ahora estamos ante una agresión brutal que persigue la anexión de una nación libre y democrática, a la que hay que ayudar a defenderse por todos los medios posibles.

Cambiando de tercio, me quedo con una frase del nuevo líder del PP Núñez Feijóo. «No he venido a insultar a Pedro Sánchez sino a ganarle». ¿Será posible pasar página del alud de descalificaciones que ha recibido el actual presidente de Gobierno por parte del jefe de la oposición? Tengo curiosidad y hasta ilusión por el primer debate en el Senado entre los dos, en el que espero que confronten proyectos y datos en vez de improperios, una vez hayan desbloqueado el tema del Consejo General del Poder Judicial y acordado una política de Estado sobre la guerra de Ucrania, auténticas pruebas del algodón de los nuevos (?) tiempos.

Y nos queda el rey emérito, cuya deriva da vergüenza ajena. Nunca he sido antimonárquico y siempre le he agradecido Juan Carlos I su decisivo papel en la Transición y seguí pensando después que, viniendo España de dónde venía, una monarquía constitucional podía sernos útil  para capear la difícil salida de una larga y casposa dictadura. Y que tampoco estaría tan mal si se perpetuaba como una de esas ejemplares monarquías nórdicas. Incluso me ponía de perfil sobre sus devaneos amorosos, que ya eran de dominio público, aunque no dejen de ser un asunto  privado, pero de  eso a pasar por alto como si nada sus graves y más que probados delitos fiscales, de los que se ha librado por la inviolabilidad de su cargo o por prescripción, va un trecho. Parece que quiere quedarse a vivir en Abu Dabi y volver a España solo esporádicamente, «para saludar a la familia y amigos». Legalmente puede hacerlo si quiere, pero sería mejor para la salud mental de la ciudadanía que le viésemos lo menos posible. Francamente.

PS.- Fallece en Oxford a los 91 años el gran hispanista inglés John Elliot, con quien, hace cuatro años y por encargo de la Universidad de Barcelona, tuve el placer de pasar una jornada en Menorca, donde visitamos talaiots, la plaza de armas de Es Castell con sus barraks (cuarteles) y también el Ateneo de Mahón. Me pidió encarecidamente que le hablara en catalán, y así lo hicimos durante todo el día ante mi feliz asombro. Descanse en paz.