TW

Pasado el impacto y el cachondeo mediático que provocó la señalización del carril bici del aeropuerto que discurre en dulce zigzagueo, se acabará la obra y, si es preciso, será repintada la calzada con líneas rectas. Adiós a las curvas, adiós a la gracia, adiós a la belleza. ¿Por qué no dejarlo así? No lo toquen, tiene su punto artístico.

Copérnico decía que los cuerpos tienden a ser esféricos porque la esfera es la figura perfecta, el universo es esférico porque la esfera es la perfección de cualquier forma física. Es la base de la teoría heliocéntrica que unos años después vendió con mejor oratoria y más dotes publicitarias Galileo Galilei.

La curva está en consonancia con la esencia misma de la naturaleza. Nos hemos acostumbrado a la línea recta, que impone su ley en la carretera, en las señales de tráfico, en la arquitectura, en los electromésticos, en las calles y en ciudades enteras, es el símbolo de la corrección en el apresurado mundo de hoy.

Noticias relacionadas

La recta anima a correr, la curva invita al poc a poc tan menorquín. La recta es infinita, inabarcable, monótona. La curva puede ser diminuta, diversa, armoniosa, a tiro de una mirada o incluso de una caricia.     

Porque el abrazo también es redondo y el beso, una circunferencia o la suma de muchas circunferencias, no se entiende el amor sin curvas. Es el matiz, la bendita excepción ante el imperio de lo uniforme, el detalle necesario para anteponer a las personas por encima de las ideas, de la religión, de los votos. La curva es más humana y no tiene esquinas ni pliegues en los que se depositan polvo e insectos.

La recta es más cómoda para ir deprisa y llegar antes, pero la bicicleta no está pensada para correr, reclama rectas y curvas en inteligente combinación. Es otra manifestación dualista de la vida, un regalo para entenderla mejor.