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«Ningún presidente ha suscitado tanto odio, tan febril y visceral como este. Resulta inexplicable en términos racionales. Simplemente hay algo en él que hiere a millones de ciudadanos.

‘No sabía decirle por qué, es algo que me sale de dentro’, dice Jorge, un ganadero que cambia de canal en cuanto el presidente aparece en pantalla. ‘No soporto ese aire de superioridad y esta sonrisita con la que nos desprecia’, añade. ‘No son las políticas que ha desarrollado, aunque sean criticables. Lleva pegada a la piel una imagen de distancia, de desprecio.’

Cuesta entender tanto odio. No ha sido un presidente calamitoso en los últimos años (pese a dificultades como la pandemia, la crisis económica y ahora la guerra de Ucrania…».

Si uno leyera exclusivamente «El Mundo» o «La Razón» o «el Abc», su cohorte de diarios digitales y más de un día nuestro polifónico «Es Diari», no tendría duda alguna: están hablando de Pedro Sánchez, ese «Sánchez» que Pablo Casado pronunciaba con especial inquina, pero no, se trata de una crónica desde París firmada por Enric González («El País» 19-IV-22) y referida al presidente de la República francesa Enmanuel Macron, hoy felizmente reelegido para la causa de la estabilidad del proyecto europeo, cada vez más amenazado por los movimientos iliberales, esos regímenes que aparentan regirse por las normas democráticas para erosionarlas primero y secuestrarlas después, como ocurre en Polonia y Hungría.

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Me cuesta entender estos odios africanos. En algunas ocasiones son viejos amigos que se manifiestan así ante mi estupor, porque no percibo en el presidente español (ni en Macron) lacras más ponzoñosas que a sus antecesores de un color o del otro. Indagando tan curioso fenómeno, parece ser que se le atribuye al presidente Sánchez la mentira de las mentiras, haberse coaligado con «el Coletas» después de haber manifestado su temor al insomnio que le sobrevendría si tal cosa sucediera. Ni las armas de destrucción masiva de Irak ni la autoría del 11-M en montañas cercanas pueden, al parecer, superar semejante felonía.

Bien, de acuerdo, es verdad, como que me incomoda tener que hacer de abogado del diablo de «un tal Sánchez» que no es santo de mi devoción (ni de mi animadversión), pero ¿qué tenía que hacer «el tal Sánchez», bloquear el país con unas terceras elecciones, o intentar una coalición a todas luces problemática? Otrosí: como en el caso del presidente francés, la situación que ha toreado y está toreando el felón de los felones ha sido y es encarnizadamente endiablada, lo mismo que Macron, sin chalecos amarillos, pero con el añadido de una oposición desaforada, que no ha concedido ni una pizca de ayuda ante la tormenta perfecta que estamos atravesando desde hace dos o tres años, culpa ¡cómo no! del tal Sánchez.

Tampoco puede decirse que «el régimen radical comunista bolivariano» instaurado haya subvertido las normas  y usos democráticos. Que se sepa, España no se ha roto, nuestros coaligados «bolivarianos» no visten chándales de colores ni han planteado planes quinquenales ni han organizado gulags para los disidentes, más bien se han reunido con sindicatos y patronal para acordar medidas que parecen razonables como el incremento del  salario mínimo interprofesional o la reforma laboral, con la anuencia del sanedrín europeo, que no es fácil de obtener. Es cierto que la política exterior es manifiestamente mejorable, lo del Sahara ha adolecido de unas formas poco presentables, aunque quizá el fondo no sea tan desacertado (se irá viendo con el tiempo). Más resbaladizo parece el asunto del espionaje a políticos catalanes en el que el presidente Sánchez calla y nos tememos que otorga, ¡ay!, ese asuntillo de las cloacas del Estado que conocimos en los lejanos tiempos del GAL!...

En pocas palabras, todavía no podemos saber el número y calidad de mentiras que podremos tolerar a partir del salvífico advenimiento de la nueva esperanza conservadora, el señor Feijóo. De momento parece que se pone de perfil ante la más que previsible proliferación de coaliciones con Vox, mucho menos peligrosas que las social comunistas bolivarianas según la tríada de periódicos afines y sus terminales periféricas. El hecho de que los patriotas constitucionalistas de Vox propugnen la ilegalización de los partidos nacionalistas, con lo que amplias minorías del País Vasco y Catalunya quedarían sin representación política, es, por lo visto, una minucia comparado con el bien superior de la exaltación unitaria que sobrevendría. Lo de la violencia de género reconvertida en violencia intrafamiliar es otra de esas menudencias, y si le añade alguna que otra deportación de inmigrantes, miel sobre hojuelas. Lo único importante es librarse del felón. Los franceses asilvestrados no han conseguido sacarse de encima el suyo y no saben lo que me alegro. Y es que prefiero un odioso felón en mano, se llame Sánchez o Macron, que patriotas hiperventilados gobernando.