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Señor presidente, perdone que durante meses no le haya escrito nada, he considerado que andaba usted ocupado en añadir cadáveres políticos a su legado para contentar a sus socios sobrevenidos en la causa. He leído también -en los medios hostiles, ciertamente- que todo lo que toca lo corrompe y que Presidencia de Gobierno paga 7,5 millones en asesores y que un tercio de ellos solo tiene el graduado escolar. Estoy seguro de que no puede ser cierto cuando sabemos que hasta Irene Montero tiene título universitario.                                             

Comprendo la dificultad de hallar serenidad para gobernar en un contexto salpicado además por campañas electorales, primero Madrid, luego Castilla y León, ahora en Andalucía, donde su comparecencia como líder socialista es obligada. Allí estuvo el fin de semana para advertir del peligro de que la ultraderecha gane terreno en aquella tierra.

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No resulta nada original, o se le ha rayado el discurso o es la mala conciencia de haber perdido el voto obrero, un voto prófugo que, harto de decepciones, busca refugio en Vox. Como esa amenaza, ya lo ha comprobado,  surte el efecto contrario al que pretende, en su periódico del régimen se ha publicado otra exclusiva de espionaje con los nombres clave de Villarejo y Cospedal para abonar la asociación PP y corrupción.           

Con todo el aprecio que le tengo creo que se equivoca, señor presidente. Justamente en Andalucía se ha dado el caso más repugnante, entre los conocidos, de la podredumbre alcanzada por representantes públicos desde que aquel pobre director general se quedó con la hucha de los huérfanos de la Guardia Civil. Allí, en Andalucía quiero decir y lo sabe bien, se ha gastado dinero público en putas y farlopa, con esas groseras palabras lo contaban los testigos, un escándalo bastante más escabroso que las miserias de las que acusa a sus adversarios.