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Las ministras Calviño y Díaz han discutido esta semana por un quítame allá ese estigma, una de las palabrejas de moda en esta fase grandilocuente de la política que estamos padeciendo y, en este caso, nada menos que a cuenta de la menstruación. Para la señora Calviño, lo del permiso a las trabajadoras por una regla dolorosa podría estigmatizar a las señoras, a las que mirarían con aprensión. Para la señora Yolanda Díaz todo lo contrario: el estigma sería precisamente no tener la sensibilidad suficiente para hacerse cargo del dolor menstrual ajeno. Claro que también habría que ponerse en la piel del empresario estigmatizado y obligado sustituir a la trabajadora varios días cada mes.

En los tiempos que corren también hay que andar alerta con Satanás, ente bíblico al que nunca me creí y que empezó a socavar mi fe  en un eventual acceso al Paraíso. Lo de la felicidad suprema, vestidos todos los bienaventurados con túnicas hasta los pies y repantingados en nubes algodonosas, charlando con Dios y/ o con Florentino Pérez y mirando de refilón el contoneo de Marilyn Monroe, esto podía casi creérmelo, pero lo de las calderas hirvientes de Belcebú, con nosotros como pastillas de Avecrem burbujeando en el fuego,  por ahí no tragaba. Pero cuidado con lo que dices porque en un plis plas te acusan de «estigmatizador», o «ente diabólico» (esto último se lo acaban de decir al Presidente en el Congreso), como advierte Maite Rico en un divertido artículo en «El Mundo» en el que se pregunta cómo han podido sobrevivir ellas tanto tiempo sin la ministra Irene Montero sacándolas de la esclavitud menstrual.

Pero hablábamos de este neolenguaje que se está gestando como en la novela «1984» de George Orwell y que empieza con el insufrible lenguaje inclusivo del «todos y todas» y sigue con los empoderamientos, sororidades y últimamente la paliza que nos dan con los iconos, que en sus orígenes serían una imagen religiosa, pero que últimamente han despegado repletos de trascendencia. Ahora todo es icónico, desde la melena rubia de la señora Díaz, doña Yolanda, inaugurando la plataforma «Sumar» o los balbuceos del señor Feijóo a propósito de las nacionalidades, hasta los goles de Benzema en el siempre icónico Santiago Bernabéu, en cuyo césped se ofician los prodigios balompédicos del siglo, mientras en su palco viajan los dineros de saca en saca o a paletadas, estilo Gerard Piqué.

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¿Y qué decir del cargante «empoderamiento» de las mujeres propiciado por doña Irene? Pues escuchándola parece que a partir de la anunciada ley menstrual las mujeres dejarán de ser las parias de la tierra, empoderadas hasta las cachas y plenas de sororidad que, como nadie sabía, es una especie de fraternidad de género… ¿He escrito género? Entonces paso el filtro de lo políticamente correcto, porque sexo, lo que se dice sexo no existe tal como lo concebíamos. Ahora el sexo femenino es un constructo según nos dice la citada periodista Maite Rico: jugar con muñecas, el color rosa, acicalarse (depilarse mal), tener tetas (dan miedo), volver sola y borracha a casa, ligar (¿esa mirada será acoso?). Hasta parir se complica, con la amenaza de la violencia obstétrica… Y ahora, la menstruación, el dolor de ovarios de toda la vida (Maite Rico dixit) equiparado a una enfermedad incapacitante sufragada por el Estado, según se ufana la señora Montero, siempre al quite.

Para rizar el rizo, escucho extractos de los audios de la señora Cospedal en sus obscenas conversaciones con el comisario Villarejo y me quedo con una expresión, que reproduzco de memoria: «A ese cabrón del cabrón (Luis Bárcenas), hay que laminarlo», dice el comisario hoy encarcelado, y le contesta la señora Cospedal, a la sazón secretaria general del Partido Popular. «Eso lo tengo muy claro»… Hasta entonces laminar era para mí sencillamente hacer láminas o planchas, o como mucho «ser laminero» que en Aragón y otras regiones dicen de los aficionados a comer golosinas. Así que acudo al diccionario de sinónimos, que añade otra acepción: «Aplastar o machacar»… ¿Sería esta versión la que señalaba Villarejo y refrendaba la señora Cospedal?, ¿se referían a un machaqueo físico encargado a algún sicario vestido de cura como el que mandaron a robar documentos a casa de Bárcenas o a una campaña de desprestigio en medios y redes?, aunque la cuestión es si le queda algún prestigio que extirparle a ese presunto cabrón.

Y hablando de (des)prestigios, en plena campaña de la renta vuelve el Emérito, a quien veremos en yate con sus amigotes, pura coña marinera. Total, una semana ideal para la reedición del mítico libro de  «Celtiberia Show» (1970) de Luis Carandell, en vivo y en directo.