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«Viajan en jet privado; navegan en yates de lujo; tienen ama de llaves, mayordomo y chófer, y alquilan villas e islas privadas para sus vacaciones y saraos sociales. Son ricos y demandan servicios de ricos. El número de grandes fortunas no para de crecer en el mundo. También en España, que está entre los diez países con más millonarios a nivel global, según el banco Credit Suisse. La población de ultrarricos con más de treinta millones de dólares de liquidez también engorda: aumentó un 9,3 por ciento en 2021 y supera ya las 610.500 personas en el mundo según la consultora Knight Frank…»

Esta parrafada recogida el pasado domingo en las páginas    salmón de «El País» («Vivir a cuerpo de rey: todos los servicios que tienen los ricos») me hubiera pasado por alto    y mis ojos habrían surfeado sobre ellas de no haberse visto y escuchado    al mismo tiempo en    las radios y televisiones de todo el mundo la    lujosa    desfachatez con que el monarca emérito español, llegado a España en jet privado (esa sería otra), despachó la temblorosa pregunta de una reportera sobre la conveniencia de dar explicaciones a los españoles por su latrocinio continuado. El estentóreo «explicaciones, ¿de qué?», seguido de una estentórea carcajada, es lo más obsceno que se ha podido escuchar en nuestro país desde aquel inmarcesible «Métanse a Europa donde les quepa» de un procurador franquista en los prolegómenos de la Transición.

Aun así, lo de «dar explicaciones» no parece tener gran recorrido, porque el emérito no podría explicar nada de sus chanchullos, no hay por donde cogerlos de puro apabullantes. Solo en un rasgo de campechanía de los suyos podría    pedir disculpas aludiendo a su condición de crápula irredento: «Lo siento, no puedo resistirme al lujo y a las mujeres y me he equivocado. No volverá a ocurrir, total a mis ochenta y cuatro años… jo, jo, jo». En fin, ¿cómo seguir gastando palabras en las patochadas de un ser que ni siquiera es capaz de contenerse para no dañar más a su hijo y a la institución que ambos representan y que tan útil ha sido y puede seguir siendo a los españoles? Trabajo va a tener Felipe VI para taponar las vías de agua que va originando su padre, el mayor despilfarrador de capital político de la historia.

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Y no quiero desperdiciar más espacio con ese señor de quien ustedes me hablan, cuando esta misma mañana me ha despertado la radio, para sobrecogerme el ánimo con la nueva matanza de Texas, diecinueve niños entre siete y doce años, y dos profesoras, asesinados a balazos por un chaval de dieciocho años, quien no tuvo demasiados problemas por adquirir en la armería un rifle de asalto y un revólver, con los que perpetró su escalofriante masacre. De los análisis escuchados, preocupa especialmente el de la imposibilidad material (ya lo intentó sin éxito Obama) de poner coto a la venta de armas, «porque son un signo de identidad de Norteamérica». Con la identidad hemos topado.

Es un asunto delicado porque la susceptibilidad al respecto está actualmente en cotas estratosféricas. Todo es identitario, desde los toros a la «h» intervocálica o los protocolos de las fiestas de Sant Joan, los colores de tu equipo de fútbol de toda la vida, pasando por lo más identitario, la nación en la que según los hiperventilados de guardia permanente reside la soberanía y no en la ciudadanía. Nada que sea identitario puede tocarse, su esencia es la inmovilidad. Lo de toda la vida no se toca, si aquí hemos dicho siempre «seniseru» que a nadie se le ocurra decir cendrer, sería una agresión intolerable a nuestras raíces más profundas. Ni hablar. Tan importante parece ser eso de la identidad que el término ha adquirido tintes biológicos. Ahora ha pasado a integrarse en el ADN, algo solo escrutable por los más sofisticados aparatajes.

Y no faltaba más que la irrupción de esas bandas de agresores sexuales en la época de mayor libertad sexual que se ha conocido. Es un contrasentido difícil de entender, salvo si consideramos el frenesí exhibicionista que las redes han potenciado y que los machos alfa de cada manada saben degustar. Y mientras tanto, las mujeres jóvenes e independientes siguen cargando con la sospecha de haber hecho algo capaz de incitar el deseo indómito del varón, en lo que es una calamidad social que persiste y tristemente se acrecienta.