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Eso de la columna semanal es agotador, por lo menos cuando ya se tiene una edad. Te obliga a escuchar tertulias diversas por la mañana, tomar notas, leer dos o tres periódicos de papel y picotear en los digitales, ver el telediario, todo ello para saber lo que se cuece, con un criterio amplio; leer ensayos fiables por la tarde para fundamentar lo que escribes… Total, un feinar que ocupa buena parte del día del jubilado letraherido.

A veces sueño con ser uno de esos columnistas que lo tienen todo clarísimo en sus cabezas y escriben siempre el mismo artículo con matices o directamente sin ellos, leña al mono y tiro porque me toca (en este aspecto, «El Mundo» es insuperable), pero uno tiene la funesta manía de dudar y eso da mucho trabajo: tienes que ser mínimamente coherente y tus vacilaciones deben ser razonables en un mundo cada vez más complejo en el que las cuestiones cruciales se suceden y tienes que afrontarlas, aunque de la mayoría de ellas no tengas la menor idea. Qué va a saber uno de economías circulares, topes energéticos, criptomonedas, poliamores o del sursum corda. Uno se limita a surfear por la actualidad tratando de articular una perspectiva propia y pidiendo sosiego porque el guirigay patrio es ensordecedor y mareante.

Si por otra parte el articulista se inició en las páginas deportivas y mantiene la querencia, futbolera, el asunto se complica porque a la ruleta de la vida se añade el azar de la pelotita saltarina. Por eso un comentarista deportivo que se precie también ha de tratar de formarse y fundamentar sus opiniones. «Todo lo que sé de moral en las relaciones humanas lo aprendí en un equipo de fútbol» dijo nuestro paisano Albert Camus, y puede que tuviera razón: el fútbol es un mundo en sí mismo y cada  partido es un compendio de miserias y grandezas, alegrías y tristezas, lealtades y traiciones. El columnista, tras oficiar de becario en «Es Diari», se graduó futbolísticamente en tiempos universitarios, formando parte de la selección aragonesa y aprendiendo los secretos de un juego que sigue siendo arrebatador pese a su excesiva comercialización. Pero aun así no era suficiente para opinar con propiedad, se te escapaban cosas, y por eso el aspirante a reportero obtuvo el carné de entrenador estudiando imponentes libracos sobre preparación física, táctica y estrategia y doctorándose luego en equipos infantiles y juveniles…

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Pues oigan, ni así logras racionalizar el juego del fútbol, tratar de entenderlo, especialmente cuando el Real Madrid anda de por medio. Allí intervienen fenómenos paranormales que se nos escapan. Cómo, si no, explicar la fabulosa trayectoria del equipo blanco en la copa de Europa recién resuelta a su favor, en la que jugando notoriamente peor que todos sus rivales, generando muchas menos oportunidades de gol, ha seguido  haciendo válido el lema del entrenador de entrenadores Luis Aragonés: Ganar y ganar y volver a ganar… ¡Cómo no sentirse abrumado ante la mirada del hijo que    culpabiliza al padre por «haberle hecho del Barça», equipo capaz de perder y perder y volver a perder! He buscado y rebuscado en mi amplia biblioteca futbolera algún dato o dictamen que me iluminara sobre el milagro blanco en estas horas de zozobra, que me ayudara a procesar el prodigio, pero sigo a oscuras más allá de un portero descomunal y el oficio de ganar, que se tiene o no se tiene. No cabe otra alternativa que la rendición incondicional y pedir clemencia a mi hijo por haberle causado tanto pesar.

Pero eso no es todo en el proceso de gestación del cansancio del columnista veterano porque tarde o temprano tendrá que hablar del gobierno, como decían aquellos inolvidables cómicos Tip y Coll, y éste es un campo en el que menudean las descalificaciones y las enmiendas a la totalidad de buena parte de los comentaristas, la mayoría no sólo contrarios sino odiadores del actual presidente de Gobierno, ya se sabe, el ilegítimo, el felón, el mayor mentiroso de la historia, el okupa. Cualquiera les lleva la contraria. Tratar de resaltar las tremendas condiciones de su mandato (un gobierno de coalición tan insólito como problemático, una pandemia, la crisis económica subsiguiente, una guerra en suelo europeo y una oposición que nunca ha dado la más mínima tregua), o valorar algún que otro logro, que haberlos, haylos, esgrimir estas cosillas para atenuar el juicio, es hacerte cómplice del «peor gobierno de los últimos 80 años». O sea, mejor callar si uno no quiere ser arrojado a las tinieblas exteriores.

Así que, como todos los años, llega junio en mi auxilio, tiempo para parar, rebobinar y atender a mis nietas. Que, con la llegada de Júlia ya son dos, a las que por su bien voy a  adoctrinar en un sano y fértil madridismo para que sean mucho más felices.

Bon estiu a tothom.