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Dos noticias para los mitómanos del traído y llevado mayo del 68. Una buena y otra mala: la buena, la vuelta a los escenarios de Jane Birkin, la musa de aquellos míticos tiempos junto con su mentor y amante Serge Gainsbourg, autor intelectual de la mítica canción «Je t’aime moi non plus» que tanto furor desataba en las noches de Sa Cova cuando éramos poco más que quinceañeros tan perplejos como hormonados. Jane Birkin, entonces una joven innovadora y rompedora (el Je t’aime fue prohibido por el Papa ¡y la BBC!), es hoy una encantadora abuelita de 75 años que aún se atreve a dar recitales multitudinarios, como los que acaba de ofrecer en Madrid y Barcelona.

La noticia mala, pésima, surge de la misma crónica: Françoise Hardy, la entonces jovencita que nos encandilara con su mítica «Tous les garçons et les filles de mon âge» ha pedido que se le aplique la eutanasia debido a un cáncer  terminal que la tiene atormentada. Con 77 años, la intérprete se topa con la ley francesa que no admite el recurso a la «muerte dulce». De cualquier manera, Hardy permanecerá siempre en los corazones de varias generaciones que aún creían que bajo los adoquines encontrarían la playa donde pasear románticamente, «les yeux dans les yeux et la main dans la main». Pero hoy la playa está llena de plásticos, no hay sitio para caminar porque las aceras están tomadas por las terrazas y los amantes solo se miran a través del teléfono móvil. C’est la vie.

Y entre inflaciones, guerras, sequías, incendios, multitudes sudorosas y aguas termales no podía faltar la vuelta a la actualidad del padre de todos los folloneros, Donald Trump (con permiso de Vladimir Putin, por supuesto). Lo hablamos en una tertulia en Addaia con amigos madrileños, en tono bastante alarmado: ¿Cómo es posible en un país tan avanzado como Estados Unidos los desmanes del anterior presidente que van apareciendo en la comisión del Congreso sobre el asalto al Capitolio no ocasionen el inmediato requerimiento penal y la inhabilitación de semejante peligro público? ¿Es razonable que los terráqueos tengamos que soportar de nuevo a tan peligroso sujeto al mando del país más poderoso del mundo?

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Pero también hay tertulias interesantes en «Es Diari», como la que mantienen dos forzados de la ruta, el lector Alfredo Benosa y mi doblemente colega Anton Soler, sobre el cambio climático. Argumentos interesantes por ambos bandos y lo mejor de todo: un tono comedido, educado y cordial, un auténtico oasis en tiempos de crispación y polarización. Que la acción humana es el mayor  responsable, no parece estar en cuestión, como tampoco el tono del debate: «Podem seguir la propera setmana aquest exercici de debatre sense insultar-se?», se pregunta el doctor Soler…

El bisbiseo de las hojas del ullastre me susurra el interesante artículo del psicólogo Alejandro Río («Frases a mig fer» «Es Diari», 28 julio), también en estas páginas y que concluye de forma brillante: «Hem de seguir la conversa i no deixar tantes frases a mig fer, inacabades. Donar prou temps a cada interlocutor perquè pugui expressar el seu punt de vista. No ens agraden ni són gens recomanables els ‘colloquium interruptus». Amén, Álex, aunque añadiría un matiz: acabar las frases, por supuesto, aclarar los conceptos del debate (¿de qué hablamos?) y, sobre todo, estar dispuestos a ceder si se tercia. Los ingleses utilizan el verbo to compromise como concesión en busca de un acuerdo. Y esto, me temo que, en nuestro país de todólogos, gentes que lo tienen todo clarísimo, gusta bastante menos.

Y, para terminar, un leve apunte para una tertulia gastronómica: ¿Es o no una falta de respeto a la reina langosta acompañarla con un proletario huevo frito? ¿Y sumergir un mero en un mar de cítricos por muy de moda que esté el dichoso ceviche?

En fin.