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Cálmense amigos turistas. Tómense el día de hoy, el de mañana y los restantes de su estancia entre nosotros con algo más de sosiego y pachorra, si me permiten. Están de vacaciones, no lo olviden.

Se hallan ustedes en Menorca, un lugar de privilegio, una Isla fabulosa y plena de aristas para descubrir, apreciar y disfrutar, que harán mucho más agradable todavía su estancia, que si alteran su estado nervioso porque la aglomeración les impide llegar a tiempo a un lugar emblemático determinado para observar la marcha del astro mayor.

Y es que la admirable visión de la puesta de sol que ofrece la costa menorquina se ha convertido en otro de sus reclamos, como las playas vírgenes, gracias a -o por culpa de- Instagram y tanto influencer peligroso que anda suelto por las redes sociales marcando el rumbo a seguir para la mejor captura.

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El sunset, aunque el vocablo suene muy snob, la puesta de sol, el ocaso, o para que nos entendamos los de todas las generaciones, esos minutos que transcurren hasta que el cuerpo celeste cae por el horizonte y deja de verse en lontananza, es un fenómeno periódico. Es, además, fácilmente apreciable desde muchísimos enclaves de la costa insular, incluso desde una azotea cualquiera, si me apuran. No se acaba ni se agota, al contrario, se repite un día sí y otro también, salvo fenómeno meteorológico adverso.

Por tanto, queridos visitantes, no se inquieten cuando el vigilante de Punta Nati o el de Cavalleria les informan que no pueden seguir adelante con sus vehículos porque ya no caben más. Reprímanse desde la tranquilidad y guarden sus malas caras, sus reproches, incluso sus insultos para cuando regresen a sus lugares de origen y se adentren, de nuevo, en la vorágine de su cotidianidad.

Menorca no es para estresarse de esa forma por un ‘quítame allá esa puesta de sol’. Si no pueden verla hoy, váyanse a cenar a Fornells, por ejemplo, o a una hamburguesería donde los niños disfruten, y permitan a los vigilantes y al sol que hagan sus respectivas funciones sin más contratiempos.