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Decía «Es Diari» que empiezan a proliferar los vuelos privados a nuestra reserva de la biosfera y eso significa que la jet del jet, o la gent de la jet, en ingeniosa expresión de JC Ortego, esa clase social que se pasa los retrasos, las colas y los overbokings por el arco del triunfo, empieza a fijarse en la Isla para sus viajes de fin de semana, sus inversiones y sus banquetes regados con el más sensual de los borgoñas. Bien, nada que oponer mientras respeten las leyes y la idiosincrasia isleña basada en el poc a poc y no emprenyis, cony.

No dudo que ellos deben de conocer muy bien lo que significa el titular de este comentario, porque si hay algo molesto e irritante del mundo contemporáneo es precisamente la pesadilla de los aeropuertos, la estúpida caminata de ida y vuelta  por los mismos pasadizos, los cacheos, y luego la cansina observación de las pantallas en espera de que desaparezca de tu vuelo el maldito delayed. O sea   que, no me digan que no dan envidia los que pasan como una exhalación por los vericuetos de Aena sin pestañear, como el rey de los horteras Cristiano Ronaldo. Como también miramos con notoria lujuria los practicantes del yating portuario a esos navegantes privilegiados que se arrellanan en sus sillones mientras sus marineros/camareros les sirven el champán y las ostritas.

Bien, esta es una alegría de vivir, no cabe duda, no en vano dijo Woody Allen que el dinero no da la felicidad pero sí algo que se parece mucho, pero hay otras, como cuando acudo de buena mañana a mi calita y observo la beatífica imagen del pescador aficionado de toda la vida limpiando sus pertrechos con agua de mar, o la pareja de ancianos (más ancianos que uno, aunque las apariencias a veces engañan) que nadan con parsimonia, muy cercanos sus rostros, supongo que hablarán de sus nietos o bisnietos, o de sus recuerdos, o ¡por qué no!, de sus planes de futuro. También intuyo la alegría de la niña que conseguía su primera zambullida de cabeza sin panxada... ¡Ay, los pequeños grandes placeres!

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Pero hay otro tipo de alegría de vivir inaccesible para la gran mayoría de los humanos, pero no para determinados personajes, dotados de una fuerza mental inconmensurable que les hace sobreponerse con dignidad, determinación y algo de humor a las más desgraciadas circunstancias de la vida. Uno de ellos es nuestro ilustre paisano José Antonio Fortuny, preso, por una enfermedad degenerativa, en un cuerpo que le falló desde una edad temprana, pero que nunca pudo doblegar su voluntad y ni siquiera su alegría de vivir, patente en su magistral libro autobiográfico «Diálogos con Áxel», una obra tan desgarradora como llena de humanidad y humor de la que se hizo eco el prestigioso «Círculo de Lectores» en una cuidada reimpresión.

El otro paisano heroico nos lo trae «Es Diari», a través de un magnífico reportaje de Lluís Orfila, y si J.A Fortuny es un amigo de la edad madura (la mía, él era todavía una criatura cuando nos conocimos), el personaje que a principios de agosto nos traía «Es Diari», fue un amigo de infancia y juventud cuyas hazañas permanecen indelebles en mi memoria: Carlos Carreras-Moysi, el pinchadiscos avant la lettre, o lo que es lo mismo, el compañero de guateques que no podía bailar pero que era fundamental en aquellas ingenuas fiestas, eligiendo la música adecuada a cada momento, sin atender a las ansiosas súplicas de quienes veían llegado el momento de las canciones lentas…

El reportaje de «Es Diari» con las fotos de Carlos ha oficiado de efecto magdalena, trasportándome a los alegres tiempos de una infancia y primera juventud en que ni siquiera el ambiente un tanto sórdido del franquismo, logró cercenar nuestras ganas de xalar. Y Carlos aquí adquiere todo su valor: el espectáculo de verle saltar alegremente, con sus herrajes,  de su silla de ruedas a una butaca y viceversa, propulsado por sus fuertes brazos,  su risa abierta, natural, participativa («no os preocupéis por mí, me lo estoy pasando en grande y además ligo más y mejor que vosotros», parecía decirnos, y a fe que era verdad), su inteligencia, todo en él era un prodigio.

Luego nos perdimos de vista, él con su música y su frenética actividad alrededor de ella, yo con mis estudios de medicina hasta que llegó la fatal noticia de su fallecimiento hace tres años. De pinchadiscos juvenil a director musical de los juegos olímpicos de 1992, casi nada, don Carlos. Me parece estar viendo tu risa, tu exuberante alegría de vivir, tu permanente lección de dignidad.