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El otro día volví a escuchar el LP de John Mayall «Turning Point». Recuerdo haber visto al famoso bluesman inglés en vivo y en directo en el Royal Albert Hall londinense muy a principios de los años setenta. Fue un concierto en formato acústico porque esa era su forma de expresión en aquel tiempo. Atrás había dejado toda una vida dedicada al blues eléctrico al que luego volvió después de pasar por períodos ‘desenchufados’ y períodos de jazz innovador con secciones de viento, etc.

Las bandas de Mayal fueron el semillero de los más y mejores guitarristas del blues británico de todos los tiempos. De sus sucesivos grupos salieron guitarristas como Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor y bajistas como Jack Bruce (Cream) o John McVie (Fleetwood Mac) o baterías como Keef Hatley o Aysley Dunbar (a quien vi con su propio grupo en el Country Club de Londres a finales de los sesenta en una noche apoteósica).

Pero esto no pretende ser un artículo sobre el blues británico de los sesenta y principios de los setenta sino una comparación sobre el sentimiento de tristeza que tan bien refleja esa música.   

Yo creo que hoy Menorca está triste. Resuena un particular Menorcan Blues porque ya no se reconoce a sí misma. Ni su gente es la misma, ni lo es su economía, ni lo es su presente ni lo será su futuro.

Si los acontecimientos del siglo XVIII fundamentaron la evolución económico y social de la Menorca tal y como la conocemos hoy, una vez atravesado el difícil siglo XIX, y después de la guerra civil, Menorca pareció haber encontrado su propia senda de prosperidad en los años sesenta del pasado siglo. La economía se diversificó es decir, no se pusieron ‘tots ets ous dins un mateix paner’ y la isla floreció independientemente del régimen político que se viviera.

Aquel fue un tiempo en que los menorquines amaron el riesgo económico y se abrieron a crear iniciativas laborables. Surgieron multitud de pequeñas empresas, y los aún súbditos del franquismo (un régimen en el que no se podía ‘hablar nada’ pero sí se podía ‘hacer casi todo’) se autoocuparon en cualquier cosa que pudiera dar de comer a su familia. Y la isla progresó de verdad. Eran tiempos en que nadie pensaba en el funcionariado o en la política como medio de vida (los miembros del partido único que gobernaba España en aquella época pasaban las mismas dificultades que los demás y no muchos pensaban en cronificarse en un determinado chollo). Hoy, en cambio, los dos oficios más seguros son, precisamente, entrar en el funcionariado, convertido ya en muestra de seguridad burguesa, o alcanzar el status de accionista de cualquier partido político para el que no hay necesidad de demostrar valía alguna más allá de la simple sumisión al Conducator de turno.

Las generaciones de la última mitad del pasado siglo cosechamos la ilusión colectiva por el desarrollo de una isla que salía de los oscuros años de la postguerra y se lanzaba a la modernidad. Hoy Menorca parece no tener un proyecto de futuro más allá de que se haya convertido en una tierra sepultada por una ideología cuyo máximo dogma es el decrecimiento empobrecedor y que solo le queda la salida de convertirse en un inmenso solar que se vende al mejor postor (seguirá en septiembre).   

Notas:

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2- ¿Cómo afectará a la idiosincrasia menorquina la nueva ley de bienestar animal que se tramitará en octubre?

3- Se cuenta de una gamba, a punto de romper en llanto, que le comentó a una compañera: «Estoy preocupadísima. Se han llevado a mamá a un cocktail en el Ayuntamiento, es muy tarde y todavía no ha vuelto». Grande Ussía.

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8- No perdrem es temps amb el Sr. Joel de Sant Feliu de Llobregat perquè, total, no aclarirem res. Rallar boig. Per cert si no sap d’on som deu ser perquè no ha lletgit es Diari Menorca durant almanco es darrers 17 anys.

9 - «No celebro ni lamento las críticas a mis columnas. Las consigno como una prueba de la independencia y libertad con las que las escribo» (Vargas Llosa, «El lenguaje de la pasión»). Eso.