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Estoy escribiendo esto en pleno sorteo del gordo de Navidad y en silencio, sin el bombardeo de los y de las canta números bolita en mano. Quiero decir que a lo mejor soy de los pocos a los que la suerte les ha sonreído o de los muchos que van a quedarse para otra ocasión. Cuando me lean ya habremos dejado atrás la Noche Buena y la Navidad, nos habremos felicitado con todo el amor del mundo aunque ese amor para algunos no sea del todo sincero, pero ya se sabe, han sido fechas en las que todos somos buenos o por lo menos eso decimos con la boca grande o casi cerrada. Tampoco puedo asegurarles si hemos practicado algún acto de esos que se llaman de caridad aunque yo prefiero llamarlos de justicia, ni si hemos sentado algún pobre a nuestra mesa como antes se decía, porque antes a los pobres de verdad se los reconocía fácilmente y actualmente, con eso de las crisis y demás, los pobres ya son otros y más difíciles de identificar. Si no lo ha hecho, al menos le recomiendo que adopte un pavo, sí, de esos que se han quedado en las granjas vivitos y coleando porque no han podido ser sacrificados debido a que las instalaciones solo admiten pollos y que a cambio, los únicos sacrificados han sido los criadores que se han gastando un montón en cebarlos y que como si se tratara de una botella de vino, han tenido que guardarlos para el año que viene, si llegan.