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Los seres humanos somos de mecanismo simple y libro de instrucciones básico. Para ahorrar tiempo, supongo. Por eso tenemos comportamientos que cuestan de entender por mucho que los compartamos. El poder mágico del fin de año es uno de esos hábitos. ¿Cuántas cosas e iniciativas has pospuesto hasta el trance del 31 de diciembre al 1 de enero? Pues eso…

Tenemos interiorizado una especie de poder o de manto especial que cubre la noche de fin de año y que, tras las campanadas y las uvas, desata una especie de nueva versión mejorada de uno mismo en el que vamos a conseguir todo lo que nos propongamos. El gimnasio, por ejemplo, es una de esas cosas, como lo de «ponernos en serio» con lo de la dieta tras pimplarnos tropecientos canelones y otros tantos polvorones y mazapanes.

Ese ímpetu con el que nos sentimos imparables suele durar, mayormente, lo mismo que un caramelo en el patio del colegio (pero de los de antes, donde los niños nos zurrábamos por el caramelo, y no como los de ahora en los que primero hay que mirar si tiene gluten, si es vegano, si respeta al medio ambiente, si tiene azúcares y si no usa ningún género que pueda molestar al personal, ni tampoco un color que sea discriminatorio, discriminatoria ni discriminatorie).

Para el Día de Reyes ya nos hemos pegado el atracón de nuevo, o hemos recuperado la cervecita o estamos en búsqueda y captura en el gimnasio como si fuésemos un Pokemon exótico y raro. Somos así. Y al rato nos vuelve el sentimiento de culpa… ‘i es rots i ses agrures’.

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Pero, ¿y por qué no? ¿Te imaginas que esta vez sí? En plan que desde que leas estas líneas hasta que te tomes las uvas redactes una lista con cosas que quieres conseguir a corto, medio y largo plazo en el 2023, y le eches lo que haga falta para conseguirlas. ¿Te imaginas? Menudo triunfazo de año sería, ¿eh? Quién sabe, podría pasar.

Y llegados a este punto, ¿qué vas a incluir en la lista? En la mía es fácil, vivir más y mejor. Disfrutar más de lo que hago intentando que los que me rodean disfruten más de lo que hago. Invertir más y mejor el tiempo y malgastar menos la vida en cosas que no merecen la pena. Exprimir la vida al máximo porque «lo único que hace que la vida humana tenga valor y significado es que es breve y finita». Y hacer que todo esto valga la pena.

Ojalá nos dejásemos de tantas tonterías y nos lo pusiésemos más fácil. Por el bien de todos. Qué bonito sería que estos deseos, que suenan a tópico, se cumpliesen por una vez. Insisto, ¿te imaginas? Feliz año.

dgelabertpetrus@gmail.com