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Eso de que Juan Bernardo Fuentes Curbelo, apodado el tito Berni, recibiera a los empresarios canarios en el Congreso y luego tan espabilado diputado socialista compartiera con ellos citas gastronómicas aderezadas después con el polvo blanco y el acompañamiento de señoras que fuman y cruzan las piernas huele a desagradable naftalina.

No es algo nuevo en las huestes del PSOE, aunque en este caso falta determinar quién pagaba los fiestorros, cuántos compañeros de partido han participado y qué mordidas obtenía el conseguidor a cambio de su intermediación en favor de los empresarios de su tierra.

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A finales de los 80, el hermano de Alfonso Guerra, Juan, dispuso de lo que hoy viene a llamarse un chiringuito propio en la Delegación del Gobierno en Andalucía, en calidad de asistente de su hermano. El despacho, evidentemente, era utilizado para el tráfico de influencias que acabó provocando la dimisión del segundo de Felipe González, y acusaciones de fraude fiscal, cohecho y malversación, entre otras, al familiar caradura.

En la memoria colectiva de los españoles que peinamos canas, permanecen las fotografías de Luis Roldán, otro socialista en gayumbos celebrando orgías con meretrices mientras era director general de la Guardia Civil y, al mismo tiempo, un artista de la corrupción que  engañó a todos, arrasó con las arcas de la Benemérita y huyó hasta que fue capturado.

Los escandalosos ERE en Andalucía durante el largo gobierno socialista, con la implicación de la UGT, tan vinculada al mismo partido, jalonan un cuadro de vergüenza aguda en el PSOE que nada tiene que envidiar a ese que le costó la presidencia a Mariano Rajoy por la financiación irregular del Partido Popular en el caso Gurtel. Aquí el más tonto hace relojes, aunque ahora Pedro Sánchez y acólitos se pongan de perfil como si el tito Berni no fuera con ellos ni de ellos cuando se trata de otra muesca en el revólver de la corrupción socialista tan ligada a este país, aunque suene menos que la de los populares.