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De las muchas y variadas formas que hay de pasarse de listo, la más peligrosa no es menospreciar la inteligencia de los demás, al modo de nuestros dirigentes políticos, los publicistas y los clérigos, sino sobrevalorarla exageradamente. Se llama la paradoja del detective, y puede enunciarse así. Si el detective es más tonto que el asesino, es obvio que no lo encontrará jamás, pero si es mucho más listo, tampoco. Porque la inteligencia, al igual que la idiotez, siembre busca rivales a su altura, y salvo que pille al criminal con las manos en la masa, o este decida entregarse espontáneamente, conforme avance la investigación, se acumulen las pistas y descubra cosas que no encajan (porque ni siquiera están ahí), tenderá a atribuirle cada vez más astucia (de la que carece), y a considerarlo (por su propio lucimiento) un gran genio del crimen, capaz de urdir diabólicas estrategias, lo que le alejará a toda velocidad del auténtico culpable, un capullo incompetente que pasaba por allí. Al final, claro está, y siguiendo una laberíntica trama imaginaria con historias paralelas y tangenciales, así como alguna asombrosa coincidencia en la que nadie habría reparado, dará con el asesino perfecto. Salvo que se ha pasado de listo cantidad, y ese no es el asesino.

Quizá satisface el ansia de complejidad característica de la inteligencia, y responde a las colosales complicaciones del cerebro del detective, pero no lo es. ¿Y entonces? Entonces, la paradoja asegura que el detective seguirá pasándose de listo, y ni siquiera se sorprenderá de no poder probar su culpabilidad, ya que no esperaba menos de semejante talento malévolo, al que ya admira secretamente como a un igual. No le cuesta nada convencerse de que es el único que conoce la verdad, etapa final del pasarse de listo en esta modalidad agravada. En efecto, la paradoja del detective, en su afán de complicación, es lo opuesto al principio de la navaja de Ockham, que en igualdad de condiciones, preconiza la solución más simple. Y aquí temo haberme pasado de listo, puesto que tal paradoja no existe, me la acabo de inventar ahora. Porque es la verdad. Basta fijarse en la actualidad, y cómo se pasan de listos tantos listos.