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El caso de Ana Obregón y su nieta por gestación subrogada en Estados Unidos ha reavivado el debate social y político sobre esta práctica. Se entiende este revuelo mediático por tratarse de un personaje habitual de los programas y revistas del corazón y por las trágicas circunstancias personales que rodean su decisión, pero lo cierto es que en España se registraron más de 2.500 bebés entre 2010 y 2020 nacidos por gestación subrogada. Es un recurso para ser padres de parejas de hombres homosexuales y también de parejas heterosexuales, todos ellos imagino que han agotado otras vías, que no quieren o no pueden explorar la adopción; las razones de cada cual son íntimas.

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El caso es que, pese a ser ilegal en nuestro país, al final, por el interés del menor, estos niños están registrados y, de facto, la gestación subrogada se produce, se paga a mujeres en el extranjero para que gesten esos embriones y las agencias que se dedican a realizar los trámites se publicitan sin problemas. Al consultarlas me resulta inevitable pensar que la distopía del cuento de la criada, que ideó la escritora Margaret Atwood y se convirtió en serie de éxito, ya está aquí, que hay castas de mujeres, unas ricas y otras valiosas por su útero, porque en las páginas web de estas agencias para encargar un vientre de alquiler todo parece un negocio. Captan clientes con garantías como el «reinicio» del programa si el bebé nace prematuro y fallece, y ofrecen facilidades de pago porque advierten que subrogar la gestación es caro: de 120.000 a 150.000 euros si no surgen complicaciones enEstados Unidos, aunque hay opciones más baratas como Georgia, donde es viable por unos 47.000. Incluso la compensación limitada para una gestación de las llamadas altruistas es elevada, entre 35.000 y 45.000 dólares en Canadá.

Leyendo esas ofertas es difícil la defensa de que el proceso no está mercantilizado. Ahora mismo la gestación subrogada solo es ilegal para quienes no tienen dinero.