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No sé cómo acabará la chimenea en medio de la plaza Mirador des Port, ese punto desde el que se divisa divinamente el tramo del puerto comercial de Mahón entre la Colársega y sus dos riberas hasta más allá de la Illa Pinto. Si tiene licencia, imagino que el gobierno municipal consolidará el despropósito que ya han denunciado los vecinos. Lo taparán, pintarán de colorines y hasta puede que siembren rosas y margaritas a su alrededor.

Más allá de la legalidad y la poca repercusión electoral que una chapuza de estas dimensiones pueda tener, hay razones de sentido común que llevan a cuestionarla. Por mucho menos se han organizado manifestaciones y protestas que han tumbado iniciativas mucho más acordes con el paisaje, la cultura o la historia. O incluso con el interés general, ahí está el recurrido ejemplo de la carretera.

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Ahora que la chimenea de la central eléctrica ha reducido emisiones y el vecindario empezaba por fin a respirar otros aires más saludables, le plantan una salida de humos con efluvios de gambas a la plancha y cebolla caramelizada. ¡Hay que joderse!, que decía aquel, parece que no tienen derecho a la ataraxia, ese estado de tranquilidad de los estoicos y hasta de los epicúreos.

¿De verdad no hay alternativa para hacer compatible la actividad de una cocina con el bienestar del entorno? Ignoro la normativa concreta que regula este tipo de instalaciones ni si rige todavía la exigencia de cumplir el reglamento de actividades molestas, insalubres, nocivas y peligrosas, que data de 1961.

Pronto, después de verano, los nuevos gobiernos locales se aprestarán a celebrar el 30 aniversario de la reserva de biosfera y volveremos a escuchar los tópicos que la han acompañado durante estas tres décadas. Grandes declaraciones que chocan siempre con la simplicidad de la vida cotidiana y el beatus ille.