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Benito Sánchez Pérez nació en el sur de Madrid, se sabe que es el sur por los planos del metro, porque en las grandes urbes los puntos cardinales se van al carajo, junto con el aire limpio y el «buenos días» al vecino. Benito heredó de su padre el Sánchez y el marrón de los ojos. Benito heredó de su madre el Pérez y la soriasis en los codos. También heredó de ambos unas cuantas deudas, pero está feo juntar dinero y muertos en la misma conversación. No quiere que le pase lo mismo que a una de sus mejores amigas, Lucía, que estuvo todo el entierro de su madre discutiendo con sus hermanos por la herencia. Fijo que si la madre de Lucía hubiera levantado la cabeza ese día sus hijos se hubieran llevado unas collejas de alta intensidad a mano abierta, de esas que dejan la palma de la mano roja y un picor en la nuca durante días. Es patético hablar de billetes cuando nos visita la parca, pero mira tú, la gilipollez barra codicia humana es infinita, y si creen que no, pregunten a los neoliberales.

La filosofía de vida de Benito es la de: «hacer lo justo, con mucho cuidado de no apasionarme por nada, porque las pasiones son muy motivacionales, pero cuando te das la hostia duele un huevo. Sin embargo, cuando vas con el piloto automático de volar siempre bajo el radar, las risas son menos intensas, pero las hostias mucho más flojitas». Ha quedado muy larga la filosofía de vida de Benito, pero es que no es fácil resumir la filosofía en una sola línea, que se lo digan a Martin Heidegger que era un tipo muy pesado y un poquito nazi -perteneció al partido  de Hitler entre 1933 y 1945- y escribió más de 150 obras que solo se han leído en las facultades de Filosofía porque son obligatorias. El filósofo alemán se olvidó de aquello de «lo bueno si breve dos veces bueno», frase acertada excepto en eso de practicar sexo (lo pongo de manera tan ñoña por imposición del libro de estilo).

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Benito no es el alma de las fiestas, pero tiene unas cuantas cosas muy claras. Para Benito viajar se resume en irte a otro sitio a hacer cola, y él odia las colas. Para Benito ver pelis en Netflix es como fumar opio, y las drogas nunca le sentaron bien. Para Benito todas las coronas son ridículas, y la gente que las lleva aún más. A Benito le encanta bailar aunque es arrítmico. A Benito le gusta cantar, pero desafina hasta hablando. Benito ama Menorca, pero se iría en agosto a un sitio feo cuya única belleza fuera la no masificación. A Benito le gustan las personas, pero no le gusta la gente. Para Benito Instagram es un vaciador de neuronas para millenials y TikTok un vaciador de conexiones mentales para adolescentes. Para Benito la maldad es intentar joder a los demás, y la bondad es intentar no joder a los demás. Benito tiene amigos y no les exige nada, porque si no, no serían sus amigos, si no sus socios. Benito comparte las cervezas, porque beber solo es más triste que ver a un currito con el brazo en alto y la palma de la mano extendida.

No sé qué piensan ustedes de Benito, queridos lectores. Imagino que se pierde muchas cosas por su falta de pasión vital, por ser un soso vocacional. Pero imagino, también, que no le va mal en su busca de «estar tan pancho» en la vida. Y aunque Benito no pasará a la historia, como lo hizo Heidegger, odia a los nazis como cualquier ser humano y solo por eso se merece un artículo, que es mucho más breve que 150 obras completas. Además, siempre presentaré mis respetos a las personas que comparten sus cervezas. Lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com