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El pueblo es la parte del Estado que no sabe lo que quiere, decía Hegel. Pero es la parte que decide en una democracia. Más de un derrotado en las elecciones, sobre todo entre los despachados del poder, se abona a esa teoría, entienden que el pueblo se ha equivocado y que ha sido ingrato en las urnas por no haber sabido valorar cuanto se ha hecho por él.

Algo así dijo Vicenç Tur cuando recibió la patada de los electores de Mahón. Nunca más levantó cabeza y poco después desapareció de la política menorquina. Ni se equivocó entonces ni cuatro años después ni ahora con los sucesivos vuelcos que el voto popular ha propiciado y que se merece el respeto, «les persones primer», que algunos le siguen negando.

La historia demuestra, a pesar de Hegel, que sí, que se equivocó votando a Hitler. Con Lenin no tuvo ese derecho.

El respeto a los electores debe continuar en el mercadeo de sus votos al negociar pactos. Y nada está siendo más opaco, parecen las negociaciones de las grandes financieras jugándose los cuartos.
Y, por supuesto, respeto a quienes asumen el gobierno. No hay que decirles lo que tienen que hacer y mucho menos que peleen por políticas que no comparten o decisiones a las que se opusieron. El consenso que en el pasado no se alcanzó, porque no se intentó o porque las diferencias eran insalvables, se echa ahora de menos. A criterios impuestos por una mayoría suceden criterios impuestos por otra.

Si durante ocho años se ha zanganeado y no han bastado para acabar una carretera no digan ahora cómo ha de ser. Ni pidan que se defienda una ley chapucera, -ya está bien de empanadas ideológicas- que realmente es una fábrica de nuevos chiringuitos. Si el pueblo se ha equivocado lo sabremos más adelante, hoy comprobamos que cuatro años atrás estuvo, en efecto, más próximo al error que al acierto.