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¿Cómo están, queridos lectores? Espero que esté todo dentro de una cierta tranquilidad, que estén bien de salud, o al menos se hayan mirado muchos tutoriales de autocuras en YouTube porque las vamos a necesitar. Espero, también, que tengan un techo digno bajo el que dormir, porque, como informó este mismo diario, el precio de la vivienda en Menorca, y en casi todas partes excepto en Chernóbil, Fukushima y Ciudad Real -que es muy feo- se está poniendo más caro que el kilo de chuletas de unicornio, que el gramo de ética en los grandes medios de comunicación y que el miligramo de empatía en la tribu neoliberal barra «vamos como hienas rabiosas con el capitalismo salvaje hasta que reviente todo en mil pedazos».

Cerramos al artículo de la semana pasada con una obviedad, la vida es compleja. Luego intentar explicar problemas complejos con soluciones fáciles es lo que se ha denominado «optimismo cruel». Intentemos explicarnos antes de que algún ciudadrealeño me quiera bloquear el artículo por decir que su ciudad no es muy agraciada. En 2011 Lauren Berlant, catedrática de la Universidad de Chicago, publicó el libro «Cruel Optimism», para explicarlo de forma muy breve, dado que soy consciente de mi facilidad para la dispersión, recurro al famoso divulgador Johann Hari: «el optimismo cruel se da cuando tomamos un problema importantísimo con causas muy profundas y le ofrecemos a la gente, con un lenguaje entusiasta, una solución muy simplista». Claro, parece optimista porque te dice que es fácil, que en nada se arregla, pero es cruel porque suele ser mentira, te lleva al fracaso y te conduce a una inmensa sensación de culpa por haber sido tan tonto.

Un ejemplo muy sencillo, los neoliberales -fliparían John Locke y Adam Smith si levantaran la cabeza y vieran cómo han prostituido estos desalmados sus ideas- y sus amiguitos neofascistas te dicen que si en España hay tres millones de parados y al mismo tiempo hay tres millones de inmigrantes que vienen a quitarnos el curro, basta con expulsar a los inmigrantes y todos los españoles de bien, de dios, católicos, apostólicos, romanos, taurinos y machos con dos cojones, palillo en boca y copa de coñac en la mano, tendrán curro y ya está. Ya ven qué fácil y qué rápido, ¿cómo no les vamos a votar para que España sea una, grande y libre otra vez? Claro, en unos años, o meses, la hostia es monumental porque se les cae la gran mentira con todo el equipo y a los currantes que les votaron esperando mejorar su vida se les queda peor cara que al emperador Palpatine de Star Wars.

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De verdad que intentar explicarles lo complejo del tema, lo que supone la desigualdad galopante, el reparto tan injusto de la riqueza, los lobbies de explotación y los de manipulación mediática, la corrupción que favorece a los muy ricos una y otra vez, un sistema judicial tirando más a inquisitorial que a otra cosa, la necesidad de recibir personas de otros países para evitar el suicidio demográfico por ejemplo y un largo etcétera, es una auténtica pérdida de tiempo. Es como intentar convencer a un escorpión de que no pique, a una mierda de que no huela, o a un portugués de que el mejor bacalao se come en España.

Quiero acabar de buen rollo, así que espero tomarme unas cervezas fresquitas en la plaza Mayor de Ciudad Real, o saborear un bacalhau à brás en cualquier bello rincón de Portugal, para demostrar que, lúpulo mediante, todos podemos llegar a puntos de encuentro. Más lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com