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Lo lamento pero no me gustan las mochilas. De hecho me disgustan. O mejor, las detesto. Me refiero concretamente a esos bultos irregulares, enormes y estéticamente ‘disgusting’ que hace algunos años se ha puesto de moda introducir en las cabinas de los aviones en sustitución de las clásicas, sobrias y elegantes maletas de mano. Son esos utensilios que ahora se utilizan como reflejo y muestra de cómo la vida es considerada una permanente excursión, un desplazamiento infinito. Y un desafío al sentido del equilibrio en el que cada cosa tiene y está en su lugar.

Las mochilas fueron pensadas, creadas y ofrecidas al público para ayudar a transportar avituallamiento variado cuando una larga excursión por el campo o la montaña, pero no hay indicios de que lo fueran para sustituir a las maletas. De hecho originalmente fueron pensadas para convertir al hombre en burro de    carga dejándole libres las manos, los brazos y las piernas. Una forma de rentabilizar las espaldas. Las mochilas tienen vocación campestre por lo que no deberían usarse fuera de su ámbito natural para evitar molestar a la gente, concretamente a los pacíficos pasajeros de un avión. Lo digo muy en serio.   

No sostengo, como sí hacen los más elitistas, que las mochilas son proletarias y que solo deben ser usadas por los sherpas o los transportadores himalayos. No, en modo alguno. Pero sí creo que su uso debe ceñirse a su condición de fardo excursionista y nunca como inevitable incordio para el pasajero de un avión.   

Les expondré varios ejemplos: ocupar un asiento al lado mismo de los pasillos de una cabina de un avión se ha convertido hoy en un deporte de riesgo puesto que es un auténtico suplicio tener que aguantar y/o esquivar constantemente el paso y el roce, incluido el golpeteo constante contra tu cabeza, piernas y hombros, de esos artefactos cuyos porteadores van pasando a tu lado con su ajuar vacacional sin miramiento alguno mientras buscan el asiento donde acampar. Les confieso que he vivido momentos realmente desagradables.

Recuerdo un vuelo en el que una tipa con rasgos de minera de Nebraska arrasaba el pasillo arrastrando su enorme mochila y golpeando sin miramiento alguno todas las cabezas de los que temerariamente ocupaban asientos a los lados del pasillo. A su paso los pasajeros tenían que mesarse el cabello (incluso una señora se indignó airadamente porque acababa de hacerse ‘sa permanent’ y aquella inadaptada al medio le destrozó el peinado) para recomponer su imagen una vez superados los golpes recibidos, todos naturalmente inmerecidos.

Esta pasada semana, en un vuelo de Barcelona, una pareja apareció en el umbral del pasillo con un total de 6 mochilas y bultos. 6 eran 6.    Dos enormes mochilas estaban alojadas y atadas a sus espaldas. Y debían pesar mucho porque andaban curvados. Dos bultos más parecían colgarles de sus entrepiernas mientras arrastraban a mano otros dos de condición indefinida. ‘Carry that weight’. Colapsaron el pasillo pero no quiero ocultar que fui testigo de los varios intentos de las azafatas por aliviar la situación pero, al parecer, la pareja aquella estaba convencida de tener todo el derecho del mundo para poder molestar a todos los pasajeros.

Viajar en avión se ha convertido ya en muchos casos en una forma de ir de excursión. No solo muchos pasajeros van vestidos para tal menester (bermudas, camisetas, chanclas, gorras, botellines de agua, etc) sino que se acompañan de las correspondientes mochilas para esa finalidad. ¡Qué tiempos aquellos en que viajar en avión era una    muestra social de elegancia! ¡Qué diferencia con aquellas parejas bien vestidas y mejor peinadas! ¿Dónde queda ‘aquella gent tant ben mudada i aclarida’?

Los vuelos se han democratizado, quizás demasiado, y la nueva estética impone su mando y su criterio. También lo hace el nuevo adoctrinamiento que sufre una sociedad más controlada que nunca. Una sociedad alineada y empobrecida culturalmente, rehén de marcas y esclava de modas y costumbres ‘berlusconianas’ que no son tan distintas de las que preconizan la ‘Podemía’ y ahora ‘Sumar a los hambrientos    de poder’.     

Resumiendo sin complejos: abogo por prohibir el trasiego de esos artilugios malignos, las mochilas, en las cabinas de los aviones, y propongo fervientemente la vuelta a la clásica maleta o al bolso de mano.

Por cierto, y ‘ja quhi som’, denunciemos que el segundo gran problema que padecemos los viajeros menorquines, además de los peligrosos mochileros en los vuelos, son las puertas de embarque en el aeropuerto de Madrid. Estamos ya asqueados de que de forma casi obligada nos tengamos que trasladar hasta la puñetera puerta K-98 que está al final de todos los finales de un pasillo interminable. Esta excursión forzada es un ataque indiscriminado, un ataque antidemocrático, contra la igualdad de trato con los demás pasajeros. Y ello me ha llevado a tomar una decisión: no voy a votar a ningún partido más que no proponga en su programa electoral acercar las puertas de embarque de los vuelos a Menorca a zonas más cercanas donde se comen buenos bocadillos de jamón. Ya estamos hasta el moño de tener que ir al quinto moño para que, después tengamos que sufrir ‘encima’ a los mochileros del copón. Bon Sant Joan.

Notas:

1- Sábado: Magnífico y clarificador escrito del médico Mateu Seguí sobre la necesidad de derogar la nefasta Ley de Anormalización Lingüística, esa catalanada infame que agrede y anula la personalidad balear.

2- ¿Por qué no prescinde el PSOE de Mahón de los radicales maoístas y separatistas? Mírense en Barcelona.   

3- Confusión: Para ciertos medios no existe la izquierda extrema ni la extrema izquierda, solo los ridículamente llamados ‘progresistas’, normalmente unos reaccionarios del copón. ¿Para cuándo una identificación real?   

4- ¿Quién se    cree aún que da miedo la milonga esa de ‘la derecha extrema y la extrema derecha’?

5- Catástrofe: ¿Cuándo dimitirán los responsables de los socialistas y de los PeSiMistas de Menorca?

6- Govern balear. ¿Cesiones o emociones?

7- Cultura CIM: Algunos tendrán ahora la oportunidad de practicar lo que durante años han predicado.