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El proyecto arquitectónico para rehabilitar la Sala Augusta y convertirla en el nuevo conservatorio, de Josep Llinàs, es de 2011. La Conselleria de Educación consideró técnicamente viable esta reforma en 2017 y asumió la redacción del proyecto ejecutivo, cuya adjudicación ha quedado desierta dos veces. Íbamos a por la tercera pero llegaron las elecciones, y ha sido mejor que la licitación quede aplazada –ya no viene de aquí–, porque así se puede repensar una obra que debe tener visión de futuro. Eso significa invertir el dinero público con garantías de que dará digna cabida al alumnado actual y al que está por venir; que no requerirá parches ni reparaciones al poco tiempo de haber concluido; que tendrá espacio suficiente y que permitirá implementar tanto un completo currículo de enseñanzas musicales como la disciplina de danza. ¿Por qué en Eivissa se puede estudiar y aquí no, y por qué un proyecto de futuro se diseña, de entrada, obviándolo? Han pasado más de tres décadas desde la cesión municipal del Claustre del Carme, años de falta de espacio, con la sala de profesores en un antiguo trastero, sin biblioteca, sin insonorización ni climatización. ¿Cuánto tiempo más tendrá que pasar para hallar una solución?

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Ahora hay un cambio político y un nuevo elemento de debate en torno a la ubicación, más amplio, porque no está escrito en piedra que el conservatorio insular tenga que seguir en Maó. Ante esta situación tal vez las fuerzas políticas del municipio salgan del empecinamiento y se pongan de acuerdo para tomar estrictamente criterios técnicos y no alargar más la situación.

La filosofía de recuperar edificios está muy bien si haciéndolo se presta el servicio óptimo, que debe ser el objetivo final de este proyecto. Otro factor a considerar es que, si por adjudicarlo a toda costa, como ocurre con la Sala Augusta, se va a convertir en un agujero económico sin fondo. Esta debería ser de una vez por todas una inversión prioritaria de esta legislatura.