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Mis primeros recuerdos de Superman se asocian con las vacaciones escolares de Pascua. En aquellos años la escolarización era total: de 7 de la mañana a 7 de la noche –en invierno oscurecía pronto– y de lunes a domingo. Había clases el sábado por la tarde y misa, bendición y cine los domingos. Durante la Pascua también acudíamos al colegio. Fue durante una de esas vacaciones, en el patio casi desierto, donde oí cantar a Joan Pons, el célebre barítono, por primera vez. Le vi entrar con un par de compañeros y cantó algo de un aria de ópera –o tal vez de zarzuela. Su padre también poseía una voz poderosa y todo suele empezar por la imitación paterna. Su voz se elevó sobre el patio casi vacío, tembló el travesaño de las porterías de fútbol, se apartaron las nubes y cayó un rayo de sol que debía de ser de plata o de platino. No sé si ahí empezó su carrera, pero casi. En el colegio abrían el Centro de los Alumnos, una especie de local de asueto con futbolines, billar, juegos de damas y ajedrez, tebeos y revistas. Ahí descubrí a Superman, en las historietas ilustradas que leía mientras los demás jugaban a ping-pong. Superman era eso, el superhéroe, que creo que es lo que le ha dado vigencia siempre, el superhombre, una especie de mito inalcanzable. Pero en algunas revistas salía un Superman del revés en un mundo del revés. Las cosas no eran cuanto más bonitas mejor, sino al contrario, cuanto más degradadas mejor. Era un mundo de podredumbre y quiero creer que de cobardía que a lo peor no dejaba de parecerse a la realidad, por mucho que estuviera exagerada.

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Seguía llamándose Superman, pese a ser un héroe de pacotilla. Sin embargo, a mí sigue rondándome por la cabeza la idea de Inframan, que sería lo contrario, el hombre gris, apocado, poco inteligente, temeroso, feo, esmirriado de cada día. A lo mejor ese hombre tímido sería capaz de una hombrada extraordinaria, puesto en la tesitura de sacar orgullo de donde no lo tiene y ser valiente y extrovertido por una gran causa y una sola vez. Pero en general sería el hombre gris, el oficinista que se anuda la corbata todas las mañanas, a quien nadie saluda, nadie mira y todos se atreven a menospreciar. «Inframan en la tierra de los súper», porque abundan los que se figuran ser más de lo que son, o al menos se lo creen. Es lo que dijo Pavarotti una vez: «Está ahí mi padre que tiene una voz mejor que la mía», y añadió una coletilla: «O al menos se lo cree». Inframan, mi antihéroe, no se creería nada del otro jueves.