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Fallar está bien. De verdad. Proponerte una meta, luchar, trabajar y hacer todo lo necesario para lograrla y no conseguirlo, está bien. No pasa nada. Bueno, sí que pasa, te enfada, te encabrona, te decepciona, pero ese sentimiento amargo acaba pasando.

Lamentablemente no existe una receta ni una fórmula que te garantice que, al hacerlo, conseguirás todo lo que te propongas, por mucho que te lo asegure la típica frase motivacional que tienes en la taza del café, en la agenda o colgando en la pared y suena «chupiguachi». El problema es que hemos criminalizado el fracaso hasta el punto de ser doloroso emocional y físicamente, y no tendría que ser así. El buen fracaso debe servir como motivación para repasar qué hemos hecho, detectar y corregir posibles errores y volverlo a intentar con todas las fuerzas y la máxima ilusión. Y puede que aun así no baste. E insisto, no pasa nada.

Nos hemos transformado en la sociedad de lo inmediato y tenemos la necesidad de recibir nuestra recompensa lo antes posible para disfrutarla efímeramente y pensar en el siguiente reto sin llegar a valorar lo que logramos. No disfrutamos del proceso y, cuando alcanzamos aquello que buscábamos, no disfrutamos del objetivo. Y, si por alguna razón, no lo logramos, nos suele entrar una tristeza y un bajón emocional igualmente desproporcionado.

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Una de las cosas que parece que muy pocos han heredado de nuestros padres y de nuestros abuelos es la cultura y el valor del esfuerzo. El conjunto del trabajo, del entreno, de la dedicación de cada día es muchísimo más importante que el resultado. Lograr el hábito de estudiar es más importante que aprobar un examen, por ejemplo. Comer bien, equilibrado y saludable es mucho mejor que adelgazar. Ganar salud o estar en forma es preferible a correr rápido.

Creo que podríamos empezar a solucionarlo desde ya mismo si usamos la empatía. Cuando llega un fracaso o una ‘no victoria’ debemos medir nuestras palabras para que no hieran a quien no lo ha logrado, ponernos en su lugar y pensar si eso que vamos a decir es lo que realmente nos gustaría oír. Creo que desdramatizar una derrota no significa que le tengamos que decir a esa persona «no es para tanto» porque no tenemos ni idea de lo que puede significar para quien no lo ha logrado. Puede que sí sea para tanto, pero a lo mejor conviene recordarle que lo puede volver a intentar y que contará con nuestro apoyo, o que quizás deba valorar si busca otra opción no tan exigente. Empatía, qué bien nos iría si se pusiese de moda usarla.

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