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Venga, pongámonos serios. Tenemos un defecto de fábrica espectacular. O sea, no lo tiene toda la humanidad, pero sí una gran parte. ¿Por qué puñetas, a partir de una edad, dejamos de tener pelo en la cabeza para tenerlo en los agujeros de la nariz, en las orejas o en la espalda? Lo digo de verdad. La evolución, digo la nuestra, tiene una especie de eslabón perdido que justifique de tan cruel movimiento evolutivo. Porque si a eso le acompañase algo que lo explicase o lo justificase, pues me callaría, lo asumiría y puede que incluso lo celebraría. Pero no.

Puede que ese pelo en la espalda, el matojo desbocado en la nariz y en las orejas tengan algún poder especial que todavía no ha descubierto la ciencia y lo estamos desaprovechando. No tengo yo muchas esperanzas puestas en esta teoría, pero qué sé yo, lo mismo podemos escuchar con más precisión, olfatear con más satisfacción o… No, déjalo, ni echándole toda la imaginación de que dispongo le encuentro algo positivo al pelo en la espalda.

A ver, que si a ti te da un calentón y te aparecen de entre los nudillos una serie de cuchillas indestructibles de adamantium acompañadas de la capacidad de recuperarte de todas las heridas y de no morirte, eso es un súper poder molón. Que si tu tienes un cerebro privilegiado que te permite inventar a diestro y siniestro todo lo que se te antoja, además de una cuenta bancaria infinita que te permite jugar a los súper héroes, pues mola mogollón. Que si a ti, cuando alguien te mosquea, te da una especie de jamacuco verde y te transformas en una bestia capaz de destruir todo lo que le pasa por delante con más convicción que criterio, pues tiene su cosa. Ahora, que te salga pelo en la espalda no es un poder, es una decepción. Es una tristísima decepción.

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Por eso te digo que no creo que sirva para mucho y que probablemente sea una equivocación evolutiva a la espera de ser subsanada con un ‘parche’ o actualización que lo arregle para que el pelo no se caiga, o al menos deje de jorobar en según qué partes.

Yo me imagino a la autoridad divina de turno que nos creó, la que a ti te venga bien, un domingo con tremenda resaca, destrozado física y emocionalmente, poniéndose a crear con más torpeza que acierto. Y tras hacerlo de lujo el sábado lo fue a celebrar, ocurriéndosele semejante ñordo con lo del pelo. Si te soy sincero, creo que primero nos hizo lo del pelo y luego inventó el ornitorrinco con lo que le había sobrado de los otros animales.

Por lo menos tuvo la decencia de no ponernos la cara del ornitorrinco. Que no digo que no sean monos, pero prefiero el pelo en las orejas, imagina.

dgelabertpetrus@gmail.com