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Nunca puedes decir de este agua no beberé, dicen algunos. Jamás había escrito nada sobre fútbol. No recuerdo haber visto un partido completo en mi vida. Confieso que, con la tele encendida y en pleno encuentro Barça-Real Madrid, me quedé, en una ocasión, dormida en el sofá. Puede que muchos aficionados se lleven las manos a la cabeza. Siempre diré que soy del Barça, eso lo tengo claro, pero mi sentido de pertenencia al equipo blaugrana no tiene nada que ver con el fútbol. Es una cuestión más amplia que incluye aspectos sentimentales poco relacionados con las piruetas que da una pelota sobre la hierba.

Sin embargo, hoy hablaré de mujeres jóvenes y valientes. Las jugadoras que ganaron el Mundial Femenino de Fútbol en Australia me parecen dignas de admiración. Su victoria fue, sin duda, fruto de un enorme esfuerzo, de la suma de muchas voluntades y de la capacidad de romper con un arquetipo que nuestra sociedad arrastraba desde siempre: el fútbol es cosa de hombres.

La mujeres juegan al fútbol y lo hacen muy bien. La selección española se proclama ganadora del Mundial. Sin embargo, las campeonas no tienen la oportunidad de vivir el triunfo como se merecían. El tema Rubiales acaparó las portadas y los informativos. Decidieron dar la cara y hacer frente a la tormenta. El sábado por la noche volvieron a ganar en el partido que las enfrentaba a Suecia. No estaban en condiciones óptimas: tras las tensiones vividas, la concentración en Valencia con los directivos, que las convocadron en contra de su deseo, pero donde se erigieron en luchadoras por sus derechos, estaban muy cansadas. Ganaron en el último momento. Es un premio que se merecían, dado su nivel de competición y su compromiso con el deporte y la vida. Al acabar el partido, las jugadoras de ambas selecciones salieron unidas al campo bajo un lema común: «Se acabó. Nuestra lucha es una lucha global». Bien por ellas. Aún les queda un largo trayecto por recorrer, pero se mantienen firmes.

Ese es el secreto.