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Hoy me atreveré con una innovadora proposición que hace tiempo me ronda por la cabeza. Vistas las dificultades para legislar que tendrá cualquier Gobierno cuando lo haya, los problemas legales que ya tenemos, las recientes confusas trifulcas con el Código Penal y el Poder Judicial, así como, sobre todo, las interminables discusiones sobre qué es o no es constitucional; y visto también que la política española se rige por los códigos futbolísticos del vestuario, y cada vez se parece más a un partido de la máxima rivalidad, con las aficiones muy chillonas y agresivas y comentaristas fuera de sí, mi propuesta es sustituir la Constitución, y de rebote la legislación vigente, por un reglamento más claro y sencillo con el que todos, derechas e izquierdas, españoles y antiespañoles, están sin embargo de acuerdo.

El reglamento del fútbol, efectivamente, con sus especificaciones y sanciones, qué se puede y qué no se puede hacer, cuándo se gana y cuándo se pierde, y por qué el resultado no hay quien lo mueva. Quizá habría que añadir a este reglamento universal unas cuantas precisiones acerca de lo que sucede fuera del terreno de juego (agresiones, estafas, etc.), pero no demasiadas, porque la vida y el fútbol apenas se diferencian, y sólo sería necesario ampliar el concepto de falta, agresión o ilegalidad, merecedora de tarjeta y partidos de suspensión. Que ya existen.

No sé si así mejoraría la política, pero al menos sería más deportiva, y todo el mundo acataría esas reglas con las polémicas de rigor, que sólo durarían hasta el próximo partido. Y además, permitiría introducir en nuestras legislaciones el concepto de falta táctica, de las que tanto abusan nuestras formaciones políticas, dilatando infinitamente los partidos, y sobre todo, la figura de la falta previa, ausente en el ordenamiento jurídico y que en fútbol anula por ilegal todo lo que ocurra después, goles incluidos. Necesitamos en política el equivalente de la falta previa, de modo que sea sancionado el infractor (tarjeta y suspensión), además de ilegalizar la jugada. Ni se imaginan lo que ganaría la vida pública cambiando la Constitución por el reglamento FIFA. Con la ventaja de que todos lo respetarían.