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¿Cómo están queridos lectores? ¿Están empachados de buñuelos, o por el contrario todavía tienen calabazas podridas adornando su casa, o tal vez comieron buñuelos servidos dentro de una calavera mejicana mientras compraban flores para ir al cementerio? Da igual que celebraran Halloween o Todos los Santos, o que hicieran una mescolanza personal con ambas celebraciones, o que pasaran de las calabazas y los buñuelos y se dedicaran a estudiar etrusco por correspondencia. Porque ahí reside la auténtica libertad, en la capacidad, y en la posibilidad, de elegir sin que nadie nos persiga, nos critique, o nos joda la vida por no vivir como ellos quieren que vivamos.

(Leer este párrafo con voz repelente) Como te repites Cabezas, el rollito ese de la libertad y la elección ya lo has soltado más veces que un neoliberal la mierda esa de que es mejor para los enfermos que se haga negocio con su salud -sanidad privada- a que no se haga -sanidad pública- Tócate los pies con el argumento tan idiota de los psicópatas neoliberales y ponte a bostezar con la enésima repetición en tus artículos. Está bien, acepto la crítica, porque es cierta. Sin embargo, en mi defensa diré que necesitaba esta introducción porque hoy quiero hablar de los que no pueden elegir, de los que la vida les pasa por encima de una manera u otra.

No creo que los niños y las niñas de Gaza tengan elección. No estarán preocupados, ni ansiosos, por conseguir el nuevo juego de la Xbox, en verdad no nos podemos ni imaginar, desde la comodidad de nuestras casas, que lo único que les queda es intentar sobrevivir, o morir, bajo las bombas del genocida gobierno israelí. Tampoco pudieron elegir los abuelos y abuelas que dejaron morir en las residencias en plena pandemia, porque alguien, con menos corazón que una alimaña, decidió autorizar un protocolo para no trasladarles a centros sanitarios, a no ser que tuvieran seguro privado (mira tú por dónde sale lo hablado en el segundo párrafo). Ojalá la responsable de tal atrocidad, pague algún día en los tribunales, si tuviera un ápice de conciencia los remordimientos no la dejarían ir con Morfeo ni una sola noche.

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No pueden elegir vivienda las familias trabajadoras, porque han decidido darle todo el parque de casas a fondos buitres que juegan al Monopoly. La gente no vive donde quiere, vive donde puede. No pueden elegir muchas personas lo que comen, es muy cuqui vender que todo tiene que ser foodie, pero muchos tienen dinero solo para procesados baratos que llenan la barriga. Recordemos que la obesidad aumenta cuando se tiene menos renta. Lo de cuidar la salud se está quedando solo para ricos. Por eso, igual lo compensan metiéndose coca en cada evento que montan en los yates privados, y solo se mueven para jugar a ese seudodeporte al que llaman golf (aquí ya me he ganado el odio de la federación de los palitos y los hoyitos de por vida). No sé, de algo tendrán que morirse ahora que ya no hay guillotinas.

En realidad solo una minoría puede elegir, y la falsa sensación de elección se reduce a consumir, a elegir entre Coca-Cola o Pepsi. Y cada vez menos porque entre oligopolios y monopolios toda la producción material, e ideológica, viene del mismo lugar. Un ejemplo que duele, ¡solo cuatro familias manejan el 93 por ciento de la producción de cerveza en España! Menos mal de las cervezas artesanas, menos mal de nuestra Grahame Pearce menorquina, que nos da la esperanza de que todavía queda un rayito de libertad. Lúpulo y feliz jueves.

conderechoareplicamenorca@gmail.com