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Los engañabobos son unos dulces típicos de Extremadura. Llevan harina, un poco de vino, anís, limón y se fríen en aceite de oliva, luego se rebozan en azúcar como si fueran buñuelos. Pero ahora no quería referirme a esos «engañabobos», sino a aquellos anuncios que proliferan en los móviles aconsejando tal o cual remedio poco menos que milagroso para todo tipo de necesidades, y a los artículos que según la publicidad son indispensables para nuestra felicidad. Esos engañan a los bobos y a los no tan bobos también. Son remedios que me llevan a pensar en los charlatanes de los Westerns, que anunciaban jarabes con poderes casi mágicos que eran puras engañifas y a lo mejor estaban hechos con agua y regaliz. Charlatanes, mercachifles y hasta predicadores, falsos mesías que los italianos bautizaron como «ciarlatano», vendedores de supuestas medicinas que iban en carros por los pueblos atrayendo a la gente con música y espectáculos para vender elixires capaces de curarlo todo, incluso el alma. También me acuerdo ahora de lo que me contó don Fernando Rubió Tudurí, que se hizo rico con mucho trabajo y vendiendo un reconstituyente de sabor agradable que se llamaba Glefina. Me dijo que una vez le visitó un marido atormentado porque no conseguía tener hijos y le dio un frasco de Glefina. «Pruebe esto», le dijo. Y el hombre no tardó en tener familia numerosa porque, ya se sabe, la fe mueve montañas.

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Esos charlatanes, esos «engañabobos» son los que pueblan los teléfonos móviles. Una vez leí que los espárragos curaban el cáncer, y me atiborré de espárragos –que no me gustaban y me hacían orinar pestes– durante una temporada, hasta que leí en otra ocasión que los espárragos eran malísimos y que provocaban cáncer. Lo que suelo ver a menudo son remedios caseros para quitar la papada, para rejuvenecer la piel, para recuperar la potencia viril de los veinte años, para quitar la grasa abdominal, para vivir más de cien años, para tener una cabellera propia de los indios Cherokee, etc. A veces he seguido algunos de esos anuncios, que te redirigen a un vídeo que dura horas, te muestran un condumio hecho con vegetales en los que no suele faltar el ajo y lo complican muchísimo para ofrecerte luego una pócima o una crema facial que vale treinta o cincuenta euros que te va a dejar liso para siempre. Naturalmente la crema facial no hace nada, la pócima no evita la flacidez de los 90 años en salva sea la parte y lo único que aumenta es la cuenta bancaria del vendedor.